Los medios afines a la izquierda han intentado plasmar el final de la flotilla de marras como si hubiera sido el naufragio de la célebre fragata Méduse en 1816. Se han empeñado en transfigurar a unos urbanitas vestidos de marineros en héroes y figuras quijotescas que luchan a brazo partido contra los ogros judíos, pero por mucho que insistan no se irá el tufo a circo, a postureo, a barco de Chanquete ochentero y a regata olímpica, y tampoco impedirá que la gente con criterio propio, que aún habrá en esta España de tantas grietas, se pregunte: ¿dónde diablos llevaban la ayuda para los miles de sufrientes gazatíes (dado el calado de las embarcaciones)?, ¿por qué cruzaron todo el Mediterráneo, como el pobre Ulises, pudiendo hacerlo desde un puerto más cercano?, ¿qué pintaba allí Ada Colau? Ahora, miles de personas están saliendo a la calle a protestar por el abrupto final de la aventura. Miles que no he visto manifestarse por la corrupción del Gobierno, por la precariedad laboral, por los enfermos de ELA, por las víctimas del machismo, por el hombre del campo y el que no tiene donde caerse muerto. Con unos manguerazos de agua y unos días en una celda a sopita caliente, los malvados judíos han finiquitado el asunto. Pienso que si hubieran estado en manos de Hamás, la cosa habría tomado un cariz diferente, tal vez más cercano a lo que ocurrió con los náufragos del Méduse. José Juan González García. Oviedo (Asturias) España ha vuelto a dar ejemplo en el arte del absurdo. Tenemos listas de espera en hospitales, colegios que hacen colectas para comprar ventiladores y pensiones que tiemblan con cada presupuesto, pero ahí está la Armada, desplegando el Furor para escoltar una flotilla de activistas rumbo a Gaza. No es un despliegue menor: tripulación, combustible, logística... Todo un operativo costeado con dinero público para que unos cuantos ciudadanos –conocidos algunos, desocupados todos– puedan vivir su momento épico en alta mar. Porque, seamos sinceros, esto no es ayuda humanitaria, sino turismo con pancarta, una excursión marítima con banda sonora de épica moral y cobertura en redes sociales. Y como nadie quiere que acabe mal, mandamos un barco militar de verdad a velar por su crucero de mentira. El ridículo es doble. Mientras estos excursionistas hacían directos de Instagram sobre la 'resistencia pacífica', soldados españoles vigilaban que no se despeinaran en aguas internacionales. Todo a cuenta de un presupuesto que podría destinarse –qué cosas– a medicinas en Gaza, a quirófanos en España o a reforzar la educación pública. Prometo no volver a hablar de esto, porque están consiguiendo distraer la atención de los asuntos reales, de los gazatíes, de los rehenes o de la corrupción, pero me da una pereza infinita pensar que cuando vuelvan los excursionistas se harán unas cuantas entrevistas para relatar sus vacaciones por el Mediterráneo. Y ya que tenían tantas ganas de ir, ojalá los dejaran por allí un poquito. Pero me da que ni los gazatíes ni los israelíes tienen muchas ganas de tenerlos por allí. Lo dicho: cruceros subvencionados para unos pocos, austeridad para los demás. España, siempre a la vanguardia del absurdo. Paula Álvarez Tames . Schwenksville (Pensilvania)