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Rosalía deslumbra en la presentación de la orquestral 'Lux' en el MNAC

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Rosalía lo ha vuelto a hacer, ha dado un giro de 180 grados a su trayectoria y ha recuperado a su increíble voz como principal vehículo para comunicarse con el más allá. Arreglos complejos, apuntes orquestales deconstruidos, coqueteos con ritmos industriales y siempre su voz como elemento cohesionador, la artista ha vuelto a sorprender y de qué manera. Al menos el 'listenting party' de su nuevo disco se convirtió en uno de los fenómenos de la temporada. Ni los murales de Sijena impidieron que la artista convirtiera a la sala Oval del MNAC en una gran catedral de exaltación a la figura de la artista total. El abogado de Sijena había pedido que se cancelase esta ‘listening party’, por temor a que las vibraciones dañasen a las pinturas, pero su petición cayó en saco roto. Entre los 900 invitados, un poco de todo, desde el boxeador de UFC Topuria a actrices como Rossy de Palma, celebridades televisivas como Belén Esteban o cantantes como Amaia. Todo muy exclusivo, elitista y controladísimo, lo contrario del fervor popular y el caos de Madrid, cuando se anunció la salida del disco. Una mujer de blanco descansando sobre un escenario cubierto por una espumosa lona blanca daba la bienvenida a los fanáticos de Rosalía, que no podían esperar a que saliese su musa. Como un ángel descansando en las nubes, la mujer, la propia Rosalía, se levantó cuando sonaron las primeras notas de ‘Lux’, su esperadísimo cuarto álbum, ante el aliento contenido de un público que no tenía ni idea de lo que había venido a ver. Un telón blanco se desplegó y empezó a sonar el primer corte del disco ‘Sexo, violencia y llantas’. «A veces estar a oscuras es la mejor manera de experimentar la luz», se podía leer en la pantalla. Después llegaba ‘Reliquia’ , acelerando el ritmo de los violines, omnipresentes en todo el disco. «Mi corazón nunca ha sido mío yo siempre lo doy», cantaba en un hermoso y sentido lamento. Porque este es un disco de exuberancia vocal, como lo era su primer ‘Los Ángeles’. ‘Reliquia’ tiene visos de ser uno de los cortes estrellas de este 'Lux'. En 'Divinizare' cantaba en inglés y catalán ante un estruendoso ritmo de percusión. Mientras, en ‘Porcelana’, enfrentaba su fragilidad frente al estruendo de la producción. Y en ‘Mío Cristo...’ se estrenaba en italiano con toques operísticos de bel canto, lo que despertó los primeros aplausos espontáneos, que se doblaron cuando empezó el ya conocido ‘Berghain’. Las canciones se sucedían con rapidez, como fogonazos de talento. Más infantil, juguetona y reivindicativa se mostraba en ‘La perla’, donde dejaba escapar su sentido del humor, porque no todo tiene que ser trascendente. La influencia de oriente, vía flamenco, se colaba en ‘Mundo nuevo’ «Quisiera yo renegar de este mundo para volver de nuevo a habitar madre de mi corazón por ver si en un mundo nuevo encontraba más verdad», rezaba. Los estímulos venían de mil partes. Las canciones del disco son cortas, no dan tiempo a vivir en ellas, son etéreas e inaprensibles. Es un disco pop por eso, por la brevedad, por los momentos extáticos. En ‘De madrugá ’ volvía a ritmos más ricos y palmas aceleradas con cantos en ucraniano. Y en ‘Dios es un stalker’ Rosalía se levantó por fin de su ensoñación y se quedó sentada frente a su público. ‘La yugular’ vuelve a ser otra de esas canciones de amor que se te cuela en la piel. «Tú que estás tan lejos y al la vez más cerca que mi propia vena en la yugular», recita. Y en ‘Yo ocupo el mundo’ demuestra cómo las letras, en esta ocasión, sí son muy relevantes para la visión global del disco. No son un adorno más de la producción, sino que ofrecen no sólo narrativa y significado a las canciones, sino su verdadero soporte rítmico. Con ‘Focu Ranni’ Rosalía se recogió la coleta mientras cantaba que se la recogía al mismo tiempo. «No seré tu mitad nunca de tu propiedad seré mía y de mi libertad», exclama. En la delicada balada ‘Sauvignon Blanc’ hablaba de quemar Rolls Royce y de deshacerse de todas sus posesiones. Otro de los momentos más especiales del disco por su simplicidad y que dio algo de aire y frescura a una noche muy elevada y tremenda. En ‘Jeanne’ cantaba en francés en una atmósfera oscura y sentimental. En el disco cambia de idioma constantemente, pero sólo son apuntes, pues su voz siempre vuelve a casa, al castellano. Con ‘Nova Robótica’ volvía a ritmos más electrónicos y modernos, con spoken World incluida y casi un rap. La única canción que podría haberse colado en 'Motomami' Rosalía pareció desperezarse y empezó entonces a jugar con sus pies mientras cantaba en el disco en mandarín y hebreo. «Me pongo guapa para Dios, ni para ti ni para nadie, solo guapa para mí Dios», cantaba, en la frase que mejor resume el disco. 'Lux' estaba llegando a su punto final. ‘La rumba del perdón’ recuperaba su espíritu flamenco. Siempre vuelve, en todos sus discos. En ‘Memoria’ se dejaba seducir por el portugués y sus fados. Y como fin de fiesta, ‘Magnolias’ el último corte de un disco ambicioso, etéreo, luminoso y melancólico a un tiempo. Esta última canción suena a triste despedida, a una nana del fin del mundo. Una noche de encantamientos para una nueva etapa de una artista total. Al acabar, se encendieron las luces y Rosalía se levantó y se marchó sin decir ni una palabra, sólo dando las gracias con gestos. Desapareció, dejando la sensación de espectáculo frío, aséptico, a pesar de la ambición de luz y calor del disco. La pregunta ahora es ¿cómo llevará este disco al directo y al circuito de festivales? El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) fue el escenario escogido para














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