Karachi ardía en fiestas en febrero de 1954. «Todo es ruido, color y algarabía», contaba el diplomático español Nuño Aguirre de Cárcer . En las calles de la ciudad más poblada de Pakistán bullía una muchedumbre endomingada que los tenderos del Bori Bazar se esforzaban en captar. Habían llegado de las agrestes faldas del Himalaya, de los ríos sagrados de la India, de las selvas de Birmania, de los desiertos de Persia y aún del Turkestán, del África oriental y de las islas del Índico, para sumarse a los miles de pakistaníes que iban a rendir vasallaje espiritual al imán de los musulmanes ismaelitas en su jubileo de platino. A las cuatro de la tarde, con un cielo límpido y...
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