La política y el colegio, más allá del vacilón
Me embarqué en una aventura sumamente fructífera con mis amigos para luchar por el sueño de hacer un cambio en mi institución.
El proceso electoral en mi colegio se llevó a cabo hace poco. Me postulé para la presidencia con un partido político que formé, llamado Lead (lidera, en inglés), y lamentablemente no obtuve el puesto. Sin embargo, de esta experiencia, que para mí empezó hace siete meses, me quedan distintas lecciones, no solo sobre la política colegial, sino también acerca de la política como tal y la vida en general.
Desde los 10 años soy activista y política. Me involucro en procesos de incidencia ciudadana con organizaciones nacionales e internacionales, inclusive obtuve un premio en Nueva York.
También, en espacios de debate y negociación, en programas tales como los Modelos de las Naciones Unidas, tanto en el país como en el exterior, donde he tenido la oportunidad de ser galardonada con diversos premios en los últimos cuatro años.
Asimismo, he tenido la gran oportunidad de escribir, con este, seis artículos de opinión y estoy terminando un libro para su pronta publicación. Como se ve, tengo una amplia experiencia en estos temas, inclusive a escala internacional. Entonces, ¿por qué me interesa tanto la política estudiantil del colegio?
El verdadero triunfo
Mi principal misión es realizar un cambio positivo en el mundo para ayudar a las personas. Eso sí, siento que para lograrlo debo empezar en mi país, y si deseo empezar en mi país, debo ir antes a mi comunidad y colegio.
Por esta razón, me embarqué en una aventura sumamente fructífera con mis amigos para luchar por el sueño de hacer un cambio dentro de mi institución. Innovamos, caímos muchas veces y nos levantamos. Trabajamos día y noche, luchamos hasta el final.
Lastimosamente, no puedo ocultar que el populismo fue tan fuerte que, a pesar de nuestras grandes ideas, energía y mérito, triunfó con un 65 % de los votos un equipo de índole más tradicional y “popular”, que tal vez no estaba tan bien organizado ni era tan enérgico como el de nosotros.
No voy a mentir, fue un golpe muy duro. Sentí un gran vacío en el estómago. “Todo lo que hemos luchado, ¿debió terminar así?”, me dije. Pero el golpe se alivió rápidamente al ver a todas las personas, desde sétimo hasta undécimo, e incluso a nuestros profesores, acercarse a darnos un abrazo y felicitarnos por nuestra ardua labor.
Coincidieron en un mismo mensaje: fuimos valientes, y estamos para grandes cosas. Ahí me di cuenta de que en realidad sí cumplí con la misión de hacer un cambio.
Un equipo justo y determinado
¿Por qué cumplí? Porque logramos impactar en sus vidas como equipo. Porque los inspiramos e hicimos creer. Porque, aun contra la corriente, sin ser los favoritos, desde un principio metimos garra y corazón. Fuimos valientes y nunca bajamos los brazos ni perdimos energía. Porque hicimos a muchos chicos y chicas, que tal vez solían ser tímidos, empoderarse.
Porque brindamos esperanza a personas que la habían perdido. Porque tocamos corazones, formamos amistades y alianzas. Nos salimos de nuestra zona de confort. Llegamos lejos al realizar, incluso, convenios comerciales con empresas deportivas y alimentarias prestigiosas.
Porque mantuvimos la transparencia y nuestra campaña fue limpia y legal. Porque brillamos con luz propia. Más que todo, porque, aunque mucha gente nos negaba su escucha, fuimos donde todos los estudiantes a oír sus sugerencias y a transmitirles nuestras ideas. Porque fuimos un equipo justo y determinado.
Como se ve, hicimos la diferencia. Dejamos una marca. Nuestra derrota es, en realidad, un triunfo. Iniciamos un movimiento de empoderamiento que tal vez hoy no obtuvo el puesto, pero mañana sí. Lo sé porque yo me gradúo este año, pero atrás quedan excelentísimos estudiantes que lo mantendrán vivo.
De hecho, lo conversaba con mi vicepresidenta, ¿por qué dejar al partido morir así? ¿Por qué no, en su lugar, transformarlo en una red de apoyo y empoderamiento para estudiantes a los cuales nadie escucha?
Llegamos muy lejos como para bajar los brazos ahora. Nos convertimos en una movilización de líderes, nuestro mismo nombre lo dice. Tal vez no seamos un gobierno “oficial”, pero sí uno no oficial. Uno para quienes desean algo nuevo.
El éxito no lo miden los demás
Un título de presidente no determina nuestras capacidades y habilidades para liderar y propiciar un cambio positivo. Tal vez no podamos concretar todas nuestras propuestas, pero sí varias, tales como el apoyo a estudiantes, recolectar víveres y recaudar fondos para comprar, por ejemplo, extensores de señal wifi.
El éxito no lo miden los demás; lo medimos nosotros. De esta manera, salimos adelante, y mucho más fortalecidos y determinados que nunca.
En conclusión, quiero decir que la política en el colegio sí importa. Desde el comienzo se nos inculcan los valores democráticos. Pero, ante todo, se nos da una oportunidad de aprendizaje, crecimiento, liderazgo y desenvolvimiento por un cambio positivo.
Puede que algunas personas lo tomen como un chiste. De hecho, una de las chicas del partido rival nos dijo que lo hacían por el “vacilón”, justo antes del debate. Pero la política en el colegio no es un chiste. Para muchos como yo, es una oportunidad para, desde muy jóvenes, demostrar nuestro potencial.
Tal vez en varios colegios no gane quien lo merezca, sino el más “popular”, pero ¿qué tal si mañana ganamos? Por eso luchamos y damos voz a los estudiantes a los cuales ignoran. Para abrir un espacio, porque cada estudiante merece opinar y decidir sobre su colegio.
Para mí, sé que no será mi única derrota, pero tampoco implica que siempre vaya a perder. Voy a seguir, mucho más motivada, hacia adelante. Como me decían algunos, ¡apenas tengo 16 años!
Tal vez hoy no obtuve la presidencia del colegio, pero mañana es posible obtener la de la universidad, la comunidad, una organización, ¿y quién sabe?, ¡hasta la del país! Si me lo propongo, sé que puedo. Porque eso es lo que me motiva a liderar, como decía el eslogan de mi partido: “Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda”.
La autora es activista cívica de 16 años.
