Desempleo juvenil
Les estamos fallando a nuestros jóvenes, y de manera alarmante si comparamos las cifras con el promedio de la OCDE.
Carlos es un joven de 21 años que en el colegio destacó por sus estudios, orgullo en su familia por ser el primero en graduarse de la secundaria y con grandes ilusiones que fueron truncadas debido a la imposibilidad de conseguir un trabajo permanente y bien remunerado. María, por su parte, con 20 años, es una joven que no trabaja ni estudia, es una integrante del grupo conocido como ninis. Por razones familiares, tuvo que salir del colegio para ayudar en la casa y su esperanza de convertirse en profesional se esfumó.
Carlos, pero especialmente María, son personajes ficticios que representan el eslabón social más débil de una población olvidada, carente de políticas públicas que posibiliten que se mantengan en un sistema educativo de calidad que verdaderamente les brinde oportunidades. Son las víctimas silenciosas de las deficiencias educativas, de varios ministros y diferentes gobiernos, a las que se sumaron las huelgas, la pandemia y que no se trabaje en una clara ruta de recuperación.
Según la Encuesta continua del trabajo del INEC, el desempleo juvenil representa el 30,6 %, y si lo desagregamos por género, se evidencia una amplia brecha entre los hombres (un 25,2 %) y las mujeres (un 39,6 %).
Les estamos fallando sin duda a nuestros jóvenes, y de manera alarmante si comparamos estas cifras con el promedio de la OCDE, que es del 8,5 %. La OCDE también nos desnuda en la categoría de las mujeres ninis, pues ocupamos un cuarto lugar, con un 32 % en la población de entre 20 y 24 años, pero el primer lugar entre quienes están entre los 15 y los 19 años (un 27 %).
Como señaló un estudio del Colegio de Ciencias Económicas, el país tiene una deuda con esta población, que de no tomarse medidas los puede convertir en la nueva generación perdida, peor que la de la década de los ochenta.
La ruta de acción la señaló el Colegio: mejora en las políticas públicas, una reforma estructural en educación (desde luego, no la imprecisa ruta del MEP), programas en el INA y la educación dual que hoy lleva un excelente impulso, el uso de tecnología (difícil sin la Fundación Omar Dengo, ya que los sustitutos se habían proclamado incapaces de asumir la tarea), aumentar los beneficios de Avancemos y trabajar en una mejor calidad del inglés, entre otros. Esta sí es la ruta de la educación.
La autora es politóloga.