La autopista del sur
Se cuenta que Henry Ford derribó la pared de su taller porque al concebir su cuadricicleta pensó en todo menos en la manera de sacar la máquina de allí.
El otro día, cuando registraba mi regreso en un aeropuerto por el que paso esporádicamente, el oficial de Migración que examinó mi pasaporte mencionó que había estado en Costa Rica. Arrugando la cara con disgusto, aseguró que era el lugar del mundo donde había los peores embotellamientos de que tenía noticia. Lo ilustró con las cinco o seis horas que según él le había tomado un recorrido que en su país si acaso duraría treinta minutos.
Le dije que exageraba y que este problema era habitual en cualquier sitio que tuviera eso que llaman una flota vehicular apreciable; tratando de eludir lo crudo del asunto y ser gracioso, lo que se me da muy mal, agregué que por eso se decía que la mayor contribución de su país a la arquitectura moderna eran los estacionamientos.
Esta referencia lo encrespó y preferí huir del sitio sin más comentarios, sobre todo porque otros pasajeros escuchaban y se podían sentir desalentados de visitarnos en el futuro. Mientras me alejaba con el rabo entre las piernas, padecí el síndrome de la escalera, la sensación mortificante de que había desaprovechado argumentos en mi beneficio que solo se me ocurrían ahora, cuando ya era demasiado tarde.
En esa circunstancia, vino a mi memoria la información sobre un atasco de tránsito acaecido en un país asiático con fama de autoritario y eficiente, que según la prensa se había prolongado por más de once horas. También, la ficción de Julio Cortázar en un cuento suyo, La autopista del sur, acerca de un embotellamiento que dura días y días cuando la gente regresa a París un domingo por la tarde, en lo más crudo del verano. Si Cortázar se valió de esa metáfora para reflexionar sobre el tiempo, ha debido ser porque es común que esas cosas sucedan en cualquier parte.
Pensé además que si aquel oficial quería tratarnos de chapuceros en materia de carreteras, calles y caminos, valía aplicar lo de que errar es humano; hasta de un compatriota suyo de cuyo genio podía envanecerse, Henry Ford, se cuenta que derribó la pared de su taller porque al concebir su cuadricicleta pensó en todo menos en la manera de sacar la máquina de allí.
Pero en el camino reconocí íntimamente que cualquier excusa es buena para disimular nuestros despistes y salir del paso.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
