Honrar el oficio
La escritura es un arte y, como todas las artes, podemos ver en ella metáforas de las prácticas morales.
El rector de la Universidad de Costa Rica, Gustavo Gutiérrez Espeleta, escribió recientemente sobre la importancia de honrar el cargo en lugar de sentirse honrados por tenerlo.
Se refería a la significación del liderazgo en la educación y su ejemplo en cada una de las áreas que dependen de esta, sobre todo, pensando en la necesidad de transformar y actualizar las demandas educativas.
Señaló, y es muy correcta su especificación, las necesidades de satisfacción constante en quienes ostentan cargos públicos, que sobrepasan muchas veces el valor de lo que hacen, cuando es sabido que la moral es una práctica que va más allá de reglas individuales básicas que nos hagan presumir de buenos. En este sentido, uno presume lo que honra y no honra su propia vanidad.
Las buenas prácticas de respeto por el cargo público son el reflejo del proceder de las personas y son indispensables para generar buenas propuestas sociales y políticas, y para eso el rector hace uso de la palabra honra, la gran palabra olvidada.
Sentirse honrado no es lo mismo que orgulloso y satisfecho. El orgullo se centra en el yo, en el sí mismo y la satisfacción en el deseo, pero la honra es distinta, se concentra en la práctica como un valor de respeto tanto social, de tradición, como personal. Gran olvido de muchos, pero no de todos.
Oficios en la sociedad
Honrar los cargos y, además, agrego a esta necesidad la de honrar los oficios, es una acción muy oportuna de recordar. Porque no solo lo cargos públicos están siendo demolidos por la degradación del narcisismo infantil, como resultado de la falta de educación que compense el bombardeo de las redes sociales, también los cargos privados, los cargos de conciencia y a los que me quiero referir con esta breve reflexión, como los oficios. Honrar los oficios que dan vida a la sociedad.
No se trata del hecho de querer el puesto porque da satisfacción y ganancias, se trata de hacerlo bien porque el nombre propio está de por medio, y es parte de lo honrado con el trabajo.
No se trata de ser lo que no se es, porque ahora todo el mundo hace lo mismo en una cadena de competitividad y envidia infinita, y así la gente se autonombra especialista, artista, chef, escritor, máster en lo que sea…
Se trata de honrar los oficios. Respetar, honorar, enaltecer, valorar lo que se hace y la obra (opus) por realizar, porque la obra y la persona son una sola. Los opificis o artesanos ostentan el resultado de muchas horas de trabajo en obra, y de allí la palabra oficioso.
Me considero una artesana de la palabra y también trabajo muchas horas en obra, sintiéndome honrada con cada proyecto que llevo a cabo de principio a fin. En mi caso, la publicación de un libro es el final de un trabajo de taller minucioso, cansado y sumamente autocrítico, pero sobre todo honroso y apasionante.
La escritura
La escritura es un arte y, como todas las artes, podemos ver en ella metáforas de las prácticas morales. Autorregulación, prudencia, equilibrio, elección y resonancia, entre muchos otros aspectos que el oficio va dando al oficiante en su práctica de respeto por el material.
Un oficio que en el caso de la escritura se hace con las manos dirigidas por una mente, y esta también tiene que desarrollar esa honra al recibir el reto y estar dispuesta al trabajo mental que supone. Nadie nace para que lo honren y mucho menos se crea para eso. Tampoco se trata, como dice el dicho, ¡a coser, que son dos días!
Los oficios, como los puestos y los trabajos, merecen ser honrados por las personas con estudio, práctica y reconocimiento social, pero como resultado de la pericia y la maestría, porque en la medida que honramos lo que hacemos, nos honramos a nosotros mismos, y no al revés.
Saldrá un libro o miles, pero ¿estos honran el oficio o se honran más a sí mismos por tener el libro en sus manos las personas que lo escriben?
Se harán miles de festivales, ferias y bienales, pero ¿honran más a las personas (marketing de por medio) o a los oficios que les dan vida?
Una pintura, una escultura, una crónica, un poema, una música siguen siendo piezas de arte, resultados donde la belleza asoma de manera laboriosa y única. El artesano no quiere copiar con inteligencia artificial, quiere crear, aunque en ellos incluya alguna inteligencia artificial. Es el dueño de su proceso y responde por él con su formación y su trabajo. Lo honra.
La autora es filósofa.