El sueño de ser narco como el papá
La confesión de un alumno de una secundaria en Limón es la síntesis del descuido de la formación de la niñez.
“Quiero ser un narco, porque mi papá ahora tiene un carro y otras cosas que antes no tenía”, respondió un estudiante de secundaria a un docente de Limón durante un ejercicio hecho en clase, del cual informamos en nuestra edición del 24 de julio.
Se me cayó la mandíbula al leer la naturalidad del deseo manifiesto, en público y sin coacción. El hecho de que el estudiante mencionara que su papá ahora tiene un vehículo y otros bienes que antes no tenía sugiere haber visto un cambio positivo en la situación económica de su familia, y esta mejora está relacionada con actividades ilícitas.
La frase “quiero ser un narco, porque mi papá ahora tiene un carro y otras cosas que antes no tenía” también pone de manifiesto la necesidad de tratar las desigualdades económicas y sociales presentes en ciertas comunidades, pues que algunos jóvenes vean en el narcotráfico una vía para escapar a la pobreza o mejorar su situación económica es consecuencia de la falta de oportunidades y recursos disponibles para ellos.
El alumno, por el momento, está libre de culpa y la condena recae en los responsables de las políticas públicas, pero corre el peligro de seguir el camino del papá, sin comprender completamente las consecuencias y los riesgos involucrados en el narcotráfico.
Sin duda, imaginarse ingeniero o matemático se torna casi imposible cuando se vive en circunstancias familiares y comunales donde se es propenso al crimen o si los alumnos se relacionan en el barrio con narcotraficantes, explicó el ministro de Seguridad, Mario Zamora, quien sintetizó la gravedad del problema con estas cinco palabras: “Es difícil salir de eso”.
Pero existen aún otras causas contribuyentes a la complejidad del fenómeno. En la noticia, el jerarca detalló que las bandas no se limitan a los alumnos, implican a profesores y padres. El Ministerio de Educación describe cómo docentes encubren a los estudiantes traficantes cuando la Fuerza Pública lleva a cabo operativos con perros entrenados. Los protegen porque son consumidores, compradores, clientes, es decir, tres formas distintas de expresar su verdadero infortunio. Son adictos.
Otra situación es la existencia de búnkeres a 100 o 150 metros de “casi todos” los colegios, donde en cada uno opera una minibanda. Posiblemente, al gran proveedor nunca le conozcamos el rostro, como suele suceder en los negocios del crimen organizado.
En números redondos, en el primer semestre de este año, fueron desarticuladas 36 organizaciones, según datos de la Policía de Control de Drogas (PCD), en 48 acciones coordinadas en las cercanías de colegios.
En 33 distritos identificados por las autoridades, a la actividad del narcotráfico se agrega el elevado índice de desempleo y pobreza. Son 810 centros educativos a donde asisten 190.000 estudiantes, ante cuyos ojos desfilan los traficantes y se cometen homicidios.
Soluciones lejanas. El proceso de superar la dependencia de las drogas es complicado y requiere esfuerzo y apoyo, una carencia como tantas otras en el país. El ministro Zamora, por ejemplo, reconoce el error de haber cerrado el programa DARE.
El DARE funcionó de 1991 al 2019, se le puso el candado aduciendo “falta de resultados”, pero inmediatamente fue sustituido por “El cole sos vos, el cole soy yo”, un lema, aparte de confuso, sin eficacia, y una demostración de la inutilidad del cambio de nombre sin una estrategia nacional.
La crisis tuvo su origen hace varios años, cuando “el país debilitó los programas de información dirigidos a los niños”, lamenta también el ministro, con mucha razón, pero se quedó corto.
No solo los programas de información sufrieron debido al desinterés, sino también la educación como un todo y, a este ritmo, será difícil abarcar cuanto es necesario enderezar en materia educativa, un campo donde aun quienes quieren estudiar no encuentran en el sistema al proveedor del conocimiento suficiente para aspirar, como mínimo, a hallar un trabajo en el futuro, no obstante ser este el menor de los beneficios de una educación de óptima calidad. Para ilustrarlo, la democracia depende de ella.
Pero también necesitamos muchos programas como el de la Fundación Sifais, en La Carpio; Ciudadelas de Libertad, en Desamparados; y Fundavida en Concepción de Alajuelita, 25 de Julio y Linda Vista de Patarrá, por citar algunos nacidos de la iniciativa privada.
Son organizaciones desacopladas del Estado que tratan la cuestión de fondo con mucho éxito: cómo ayudar a los niños y jóvenes a fortalecer el sistema inmunitario para resistir en el ambiente donde crecen. El país está urgido de grupos similares, trabajando por lo mismo, aunque de maneras distintas.
En la noticia de este comentario, titulada “Estudiantes conforman bandas narco dentro de colegios”, el MEP nos recuerda por qué no debemos perder tiempo: “Si el joven no se aparta de este camino, su expectativa de vida no sobrepasará los 30 años, ya que, como ha quedado demostrado en los últimos meses, las víctimas de las guerras de pandillas o ajustes de cuentas son personas jóvenes”.
Metástasis. Hará unas dos décadas y media, un joven tocó el timbre de mi casa. Con timidez (quizás fingida), pedía dinero para regresar a su hogar en Puriscal. Mascullando, me dijo que se había quedado sin efectivo para pagar el pasaje.
Ustedes, probablemente como yo en aquel momento, sabrán por qué el muchacho necesitaba efectivo. La vergüenza no era suficiente para ocultar la mentira. Con el afán de descargar mi conciencia, le solicité el número de teléfono de la casa. Pudo haberse negado, pero no lo hizo.
Me contestó la mamá. Le expliqué la situación y me respondió “no, por favor, no le dé dinero. Dígale que tome un taxi, yo lo pago aquí. Dígale que tiene casa y queremos ayudarlo”. Entendido el mensaje y transmitido, el joven se fue. Si sobrevivió, tendrá unos 45 años.
Historias como esta se cuentan por miles y las justificaciones ya son parte de un guion: “Perdí la billetera”, “me asaltaron”, etc.
El tiempo, desdichadamente, no todo lo borra, y, en el caso del consumo de drogas, el problema se fue agravando. El “quiero ser un narco, porque mi papá ahora tiene un carro y otras cosas que antes no tenía” eclipsó al adicto sin el dinero del pasaje, y dentro de un lustro quién sabe si el alumno de Limón habrá superado al padre. Ojalá no, pero si fuera así, abundará el empleo para guardaespaldas, y esa sería otra triste noticia.
gmora@nacion.com
La autora es editora de Opinión de La Nación.