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La Nacion Costa Rica
Апрель
2024

‘Mata-Hari (Sentencia para una aurora)’: Un gran texto para Ana Clara Carranza, una gran actriz

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El de Jorge Arroyo es un texto cuidadosamente trabajado, una mezcla de hechos históricos y ficcionales, escrito en un exquisito lenguaje poético. El montaje de esta obra en 1996 se presentó en el Teatro Nacional con un prodigio en actuación de Ana Clara Carranza.

El 13 de setiembre de 1996, el teatro costarricense colocó a Ana Clara Carranza en la galería de las actrices insignes, donde solo figuran las que han llegado a la cima del Everest de la actuación. Ese día se estrenó, en la Sala Vargas Calvo, Mata-Hari (Sentencia para una aurora), del dramaturgo nacional Jorge Arroyo Pérez, dirigida por Tatiana de la Ossa.

Estamos ante un texto cuidadosamente trabajado, una mezcla de hechos históricos y ficcionales, escrito en lenguaje poético, ornamentado, exquisito, con pinceladas de ternura a veces; de firmeza, cuando se trata de defender la verdad de las cosas; nostálgico, si se rememoran sucesos gratificantes que dejaron marcas profundas; con picardía, cuando se habla de…, en fin, de… ¡ciertas cosas! Eso sí, ¡un deleite al oído en todo momento!, y a tono con la categoría de la protagonista y la situación liminar en que se encuentra.

El dramaturgo sabe que no podrá librar de la muerte a esta mujer y, por lo tanto, su verbo debe guardar consonancia con las circunstancias, con la dignidad, el decoro, la elegancia y grandeza de espíritu que ha distinguido a Mata-Hari o, más propiamente, a Margaretta Gertrude Zelle.

Ana Clara Carranza como Mata-Hari en una publicación de Viva, de La Nación, 1.° de noviembre de 1996.

En el programa de mano y con el título de Mi Mata-Hari: obsesiones personales desvestidas, Arroyo Pérez, confesó la poderosa razón que lo llevó a escribir su propia versión de la vida de Margaretta Gertrude: “…porque, por encima de los tules y risas de zarzuela puestos, durante décadas, sobre su cuerpo y su boca, sentí el tejido subyacente de un entramado espantoso que, a pesar de los años, sigue siendo el que ajusticia inocentes”.

Más adelante manifestó: “Pretendí entonces que mi obra tuviera algo de la desesperación de la muerte por decreto y de la angustia que conlleva el sentirse dejado por nuestros semejantes, cuando lo que más se ha buscado es su amor y comprensión”.

Para hilar su texto, el creador optó por la forma monologal, pero, ¡ojo!, un monólogo construido con maestría, para que no resulte un simple y adormecedor fluir de conciencia o un hablar con el viento, en el cual Margaretta Gertrude no tiene más interlocutor que ella misma. No, no es así. Hay una presencia supuesta de otras personas, que le permiten a la protagonista releer su vida, recrear momentos esenciales, argumentar y contrargumentar, refutar, rechazar categóricamente, aclarar, responder a preguntas... En otros términos, un monólogo construido con artificios, un monólogo-trampantojo, si se quiere, pero necesario para que la pieza alcance la estatura de una entidad armónica en lo dramático, lo estético y lo comunicativo.

A diferencia de otros trabajos, las acotaciones que se intercalan en la pieza devienen en elementos fundamentales dentro de esa entidad armónica de la que hablo.

Como se aprecia, el lector/espectador estaba advertido de que no iba a perder su tiempo al asistir a aquel momento determinante y testimonial de Margaretta Gertrude Zelle, a la “hora de la verdad”, a su “diálogo en el umbral” o “confesión autoanalítica”, porque ella parecía tener claro, con arreglo a lo expresado por Sócrates (según lo refiere Platón en la Apología), que “Una vida sin examen, no es vida”. Y eso siempre interesa.

Así se anunció la obra de teatro en el suplemento 'Viva' de 'La Nación', el 10 de setiembre de 1996, p. 7.

Lógicamente, el extenso “monodiálogo” de la protagonista debía ser asumido por una actriz que tuviera no solo el porte, la prestancia y la presencia escénica en consonancia con el perfil del personaje, sino también la inteligencia, los conocimientos, el entrenamiento físico y mental, la dicción, el manejo de la gestualidad fina y el dominio de otras condiciones necesarias para que la obra no se desplomara, sino que mantuviera el tono y los cambios emocionales exigidos en cada momento, en un crescendo sostenido hasta la apoteosis final. Es decir, cuando ella, “bajo el velo de su sombrero, camine firme y altiva hacia el campo de luz de la puerta”, como indica la acotación última, y el público quede sumido en un estupor silencioso al escuchar el potente y siniestro redoble de los tambores, que anuncian que todo ha terminado para esta mujer.

Esa actriz de la que hablamos es Ana Clara Carranza. ¡Mis respetos, Ana Clara! Estuve ahí y puedo dar fe de su prodigio de actuación.

Graciela Moreno, en esa época directora del Teatro Nacional, anotó en el programa de mano que “la lucidez del personaje que hace un examen de conciencia en el transcurso de la obra, examina también con la misma lucidez, cómo la sociedad ha juzgado siempre, con especial dureza, los errores de las mujeres. Un personaje que no permitirá que le cubran los ojos porque quiere mirar cara a cara la muerte que atisbó siempre en sus emociones, para ver por última vez la aurora”.

El crítico de teatro Andrés Sáenz dijo de Ana Clara lo siguiente: “La señorita Carranza había destacado en montajes anteriores, pero su actuación como Mata-Hari la situó dentro del selecto grupo de actrices costarricenses capaces, solas sobre el escenario, de mantener el interés del público durante un monólogo extenso: Ana Istarú, Ishtar Yasin, Haydée De Lev”.

Finalmente indicó: “los lectores encontrarán méritos suficientes en la actuación, el texto y el montaje como para disfrutar de una obra de ribetes dramáticos, indicativa de un giro en la dramaturgia de Jorge Arroyo…”.

Esta era la portada del programa de mano de la puesta en escena.

Además, Moreno se refirió a que el juego de poder, la manipulación que busca siempre posibles responsables de las propias culpas, ha mantenido hasta la fecha la figura de Mata-Hari estereotipada en el papel de espía. No obstante, Jorge Arroyo rescata a la mujer víctima del abuso de su marido, de padecer el asesinato de su hijo por la amante de este [del marido] y de haber permitido que la aparente facilidad y abundancia en que vivió, se convirtieran en las balas que terminarían con su vida.

Dramaturgo y actriz fueron galardonados con los premios nacionales de ese año: el Aquileo J. Echeverría en Teatro para Jorge Arroyo y el de mejor actriz protagónica (compartido) para Ana Clara Carranza y Ana Istarú, por Baby Boom en el paraíso. De Istarú les hablaré en otro momento.











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