Editorial: Nueva esperanza para la paz
Tuvo razón Israel Katz, ministro de Relaciones Exteriores israelí, al calificar la muerte de Yahia Sinwar, jefe militar y político de Hamás, como “un gran logro militar y moral”. Lo hizo el jueves, luego de que pruebas de ADN confirmaron que el principal arquitecto de la masacre cometida por ese grupo terrorista el 7 de octubre del pasado año, con un saldo estimado en 1.200 muertos y 250 rehenes, la mayoría civiles, había sido abatido el día anterior durante un choque armado al sur de Gaza.
Su eliminación es la victoria más contundente que puede reclamar Israel tras un año de demoledora ofensiva en el enclave palestino, con un saldo que supera las 40.000 víctimas, civiles en su mayoría, y una crisis humanitaria de pavorosas proporciones. Al desaparecer el más fanático de sus comandantes, quien actuaba como nódulo supremo en la cadena de mando terrorista, el impacto sobre la capacidad de acción de Hamás será enorme, al menos a corto plazo.
La muerte de Sinwar es aún más consecuente que la de Ismail Haniye, su jefe político-diplomático, asesinado en julio en Irán, casi con certeza por Israel, mediante una bomba que estalló en la casa de huéspedes donde se encontraba. El logro militar, pues, no admite dudas.
El logro moral también es notable, pero aún parcial. Una persona capaz de planear y hacer que se ejecuten atrocidades como las perpetradas el 7 de octubre no podía quedar impune, y en un entorno de guerra solo era posible apostar a su muerte. Que finalmente esta se produjera casi de manera casual, durante una operación de rutina, en lugar de una búsqueda deliberada del dirigente, no resta simbolismo al hecho.
La pregunta que surge ahora, con un cierto atisbo de esperanza, pero también de inquietud, es si ese enorme, aunque puntual, éxito, generará posibilidades para la paz, la estabilidad y el respeto a las vidas humanas. Solo así la victoria moral sería integral.
La respuesta dependerá, al menos, de tres factores. Uno es lo que pase con Hamás, su capacidad de fuego, los reemplazos en la cúpula y la actitud de su gran patrón, Irán. Otro son las decisiones del gobierno israelí, hasta ahora empeñado en una estrategia a sangre y fuego, sin opciones de salidas políticas. El otro es el tipo de gestiones y presiones que puedan y quieran ejercer sobre ambos campos Estados Unidos, Europa y países árabes clave; en este caso, sobre todo, Arabia Saudita.
La expectativa positiva es que, desaparecido Sinwar, Hamás se abra a la posibilidad de negociaciones serias, que conduzcan de inmediato a un cese del fuego y el intercambio de rehenes en su poder por prisioneros palestinos en Israel. Tras lo que puede reclamar como una contundente victoria, el gobierno de Benjamin Netanyahu, por su parte, tendría más incentivos para deponer exigencias extremas y aceptar no solo el intercambio, sino también una pausa prolongada en las hostilidades.
Lo anterior permitiría detener la tragedia en Gaza y el injustificado sufrimiento de los palestinos. Sería posible entonces emprender el camino a que una fuerza internacional, integrada por tropas árabes y algunas europeas, con respaldo estadounidense, tome control del enclave. Su administración podría encomendarse ya sea a una Autoridad Nacional Palestina depurada o a funcionarios que, sin ser parte de ella, reclamen una considerable representación de su pueblo.
El elemento culminante de la perspectiva optimista es que, mediante gestiones diplomáticas y presiones de estadounidenses y saudíes, se abra el horizonte para el establecimiento de un Estado palestino compuesto por la Franja de Gaza y Cisjordania. Además de ser la solución más justa, también permitiría llevar estabilidad a la zona y evitar la extensión del conflicto.
Los obstáculos en tal ruta, sin duda, son enormes. Netanyahu, cuyo gobierno depende para sobrevivir de los partidos más extremistas y mesiánicos del país, insiste en la desaparición total de Hamás, y que esta pasa por continuar las operaciones militares. Por esto, declaró que la muerte de Sinwar “no es el final de la guerra en Gaza”, sino “el comienzo del final”.
Por su parte, Khalil al-Hayya, uno de los dirigentes sobrevivientes del grupo terrorista, declaró que esa muerte solo hace más fuerte a su movimiento “y más decidido a seguir adelante”. Y no puede descartarse que, a falta de una dirección unificada, distintas facciones de Hamás mantengan o hasta acrecienten sus hostilidades.
Las declaraciones de Netanyahu y Al-Hayya pueden ser simples ejercicios retóricos que cambien en el terreno. Sin embargo, también pueden representar intransigencias reales. En cualquier caso, no contribuyen para nada a la victoria sin la cual la paz será imposible: la de las negociaciones y las salidas políticas. La oportunidad, aunque no certera, existe. El camino resulta claro. Es hora de emprenderlo.