Hoy le toca a usted cobrar el penal de Umaña
Un momento de unidad inolvidable Todavía puedo cerrar los ojos y sentir la adrenalina de aquella tarde de 2014.
Estamos en penales contra Grecia en el Mundial de Brasil. Mi corazón late desbocado. Keylor Navas se perfila bajo los tres palos; el estadio entero contiene el aliento. ¡Silbatazo! El jugador griego patea y veo a Navas volar. Mano izquierda salvadora. ¡Atajó el penal!
Un rugido recorre Costa Rica de frontera a frontera. Salté del sofá gritando hasta quedar afónico, con lágrimas en los ojos. Éramos un país pequeño que estaba logrando algo gigante.
Quedaba un último tiro. Michael Umaña camina hacia el punto de penal con paso firme, cargando sobre sus hombros los sueños de todo un país. Toma aire, engaña al portero griego y coloca el balón al fondo de la red. ¡Gol!
¡Victoria histórica! Costa Rica alcanzó, por primera vez, los cuartos de final de un mundial tras vencer 5-3 en penales a Grecia. En ese instante, el Estadio Pernambuco explotó en euforia, y con él explotamos todos: las calles de San José eran un carnaval; en Guanacaste, desconocidos se abrazaban como hermanos; en Limón, las casas temblaban de tanto grito y salto. No importaba edad, origen ni partido político. Costa Rica entera latía en un solo corazón.
Más allá de los colores
Ese día, desaparecieron los colores partidarios. Nadie preguntó si el que estaba al lado era de este u otro partido; solo veíamos a la Tricolor. La pasión por nuestra Sele nos recordó que “pura vida” no es solo una frase: es un sentimiento real de unidad y optimismo.
En aquella celebración, vivimos el espíritu del “pura vida” en su máxima expresión: un pueblo unido, alegre y solidario. Costa Rica demostró ser una nación que, cuando más lo necesita, abraza a su gente para sanar, fortalecernos y prosperar juntos. Ese es el verdadero espíritu de nuestro país.
No es casualidad que estemos entre las poblaciones más felices y de mayor esperanza de vida en el planeta. Cuando dejamos de lado lo que nos divide y nos enfocamos en lo que nos une, somos invencibles.
Lamentablemente, en el día a día, a veces perdemos de vista esa hermandad. Las discusiones políticas, las diferencias ideológicas, el ruido constante de la confrontación nos hacen olvidar lo esencial: antes que seguidores de un partido, todos somos costarricenses. ¿Qué importa el color de la bandera partidaria, si los colores azul, blanco y rojo nos pertenecen a todos?
Tenemos la dicha de vivir en una de las democracias más sólidas del mundo, con instituciones fuertes y una tradición de paz admirada internacionalmente. Mantener esa bendición requiere que nos unamos por el bien común. Una Costa Rica unida, con una democracia robusta y valores compartidos, puede lograr lo que sea: prosperidad económica, justicia social y un futuro brillante para las próximas generaciones.
Pensemos en la Costa Rica que queremos legar a nuestros hijos y nietos: un país donde nadie queda atrás, donde los derechos se respetan y donde trabajamos codo a codo por el bienestar colectivo. Eso es posible si ponemos a Costa Rica primero, siempre.
La democracia en sus manos
Hoy nuestro desafío ya no es meter un gol en la cancha, sino fortalecer nuestra democracia desde cada hogar y comunidad.
Se acercan nuevas elecciones y, con ellas, una avalancha de discursos, anuncios y promesas de todos los colores. Pero usted y yo sabemos que el destino de Costa Rica no lo decide un político con la mejor campaña publicitaria, sino cada ciudadano informado y consciente.
La democracia no es un deporte para espectadores; es un deporte participativo en el que todos jugamos. Cada voto cuenta y cada voz importa. Por eso, es vital que piense por usted mismo y no permita que nadie lo haga por usted.
Vivimos en tiempos en que abunda la información, pero también la desinformación. ¿La solución? Informarnos con criterio: leer, escuchar, contrastar fuentes. No dejarnos llevar por el miedo ni por los cantos de sirena del populismo.
Ningún político debería tenernos en el bolsillo solo por repetir una y otra vez un eslogan pegajoso. Recuperemos el control: que los partidos no nos manipulen; que el poder vuelva a estar en manos del pueblo, donde siempre debió estar. Cuando votamos con conciencia, libres de fanatismos, les estamos diciendo a los de arriba: Costa Rica piensa por sí misma.
Recordemos aquellos penales: la presión estaba en los jugadores, pero todos –en las gradas y en casa– empujábamos el balón con la mirada y el corazón. De la misma forma, en la democracia cada líder que elegimos juega en la cancha, pero es nuestro empuje, nuestra vigilancia y participación lo que marca la diferencia.
Involúcrese en las conversaciones importantes, cuestione con respeto, exija transparencia. No somos un pueblo pasivo; somos los herederos de una tradición democrática construida con esfuerzo y valentía. Informándonos e involucrándonos, mantenemos viva esa tradición. En otras palabras, la democracia está en sus manos y en las mías, todos los días.
Otro golpe de orgullo nacional
Aquel Mundial nos dejó una lección poderosa: la unión hace la fuerza. No ganamos la Copa del Mundo en fútbol, pero ganamos algo igual de valioso: la certeza de que, unidos, los ticos podemos lograr milagros.
¿Por qué no canalizar esa misma unión hacia nuestra vida cívica? Imaginemos a Costa Rica convertida en campeona mundial de la democracia, un país modelo donde su gente participa, cuida sus instituciones y defiende sus valores con la misma pasión con que defendemos un gol en el último minuto.
Si en la cancha sorprendimos al mundo, en nuestra democracia podemos dar otro golpe de orgullo nacional. Ser campeones en democracia no requiere once jugadores estrella; nos requiere a los cinco millones.
Cada costarricense que actúa con integridad, amor patrio y respeto aporta a un equipo invencible. Lo dijo el propio Michael Umaña, héroe de aquella noche inolvidable: “Esto fue de grupo, no fue solo mío… lo veo más como un logro grupal”.
Lo mismo aplica aquí y ahora: el progreso del país es un logro grupal. Cuando todos jugamos para el mismo equipo –el equipo de Costa Rica– no hay rival que nos gane. Ni la corrupción, ni la desigualdad, ni cualquier amenaza externa pueden vencer a un pueblo que se mantiene unido, informado y decidido a salir adelante. Cada uno de nosotros tiene un rol en la defensa de la camiseta tricolor fuera de la cancha, en la vida diaria y en las urnas. Y cuando llega el momento crucial, Costa Rica nos necesita a todos en el campo.
¿Y cómo jugamos este partido ciudadano? Aquí, algunas jugadas clave que usted, yo y cualquiera pueden poner en práctica:
• Infórmese y piense por usted mismo. No se quede solo con un titular ni con lo que diga el político de moda. Lea, pregunte, escuche diferentes perspectivas y forme su propio criterio. Un pueblo informado no se deja engañar.
• Participe activamente. La democracia no es solo ir a votar. Únase a proyectos de su comunidad, asista a cabildos abiertos, apoye causas nobles, converse con sus vecinos sobre las soluciones que el país necesita. Cuando participa, inspira a otros a hacer lo mismo.
• Ponga a Costa Rica primero. Más allá de las diferencias, todos queremos un mejor país. Practique la empatía y el respeto con quienes piensan distinto; al final del día, compartimos la misma bandera. Si mantenemos la mirada en el bien común, ningún desacuerdo será insalvable.
• Defienda la honestidad y la paz. Digamos no a la corrupción, al juego sucio y a la violencia. Exijamos líderes honestos y rechacemos tajantemente las trampas y divisiones. Cada vez que usted actúa con integridad –por pequeña que parezca su acción–, el país entero se fortalece.
Es nuestro momento de unirnos
Aquella victoria contra Grecia nos hizo sentir en la cima del mundo. Fue una euforia irrepetible… ¿O tal vez no? Podemos volver a sentir esa alegría inmensa, pero de otra manera: cuando logremos juntos las metas que Costa Rica merece.
Imagine dentro de unos años poder decir: fuimos parte de la generación que unió al país y lo encaminó hacia su mejor futuro. Imagine la satisfacción de ver a Costa Rica brillar en el concierto mundial no solo por su fútbol, sino por su democracia ejemplar, su unidad interna y su bienestar compartido.
No permitamos que la apatía o la división nos dejen fuera de este capítulo histórico. Sería triste mirar atrás y darnos cuenta de que perdimos la oportunidad de construir la Costa Rica con la que siempre soñamos.
Todos sentimos ese “yo estuve ahí” en 2014; ahora estemos aquí para este nuevo desafío. Es la hora de enfundarnos “la Roja” todos los días, no solo en los mundiales. Es la hora de trabajar codo a codo, sin importar nuestras diferencias, por el país que amamos.
Al final del camino, la recompensa será enorme. Sentiremos de nuevo ese subidón de orgullo y felicidad –una dosis de dopamina patriótica– al ver los frutos de nuestra unidad: un país más justo, más próspero, más pura vida que nunca. Y sabremos que valió la pena.
Porque, al igual que en 2014, cuando estamos unidos, ¡nadie nos detiene, Costa Rica!
Cristián Roberts Castro es empresario inmobiliario.