Un llamado a los costarricenses cuando la polarización arrecia
Vivimos días complejos y hasta “nuevos” en la idiosincrasia costarricense. Se siente en la calle, en las redes, en las sobremesas y hasta en los silencios familiares. Una tensión que no siempre se ve, pero que hiere. Estamos dejando que las diferencias políticas nos alejen de lo más valioso que tenemos como país: la paz, la convivencia y el respeto mutuo.
Costa Rica no ha sido perfecta. Pero sí hemos tenido algo que muchos pueblos envidian y admiran, y es la capacidad de disentir sin destruirnos. Hemos sido una nación que prefiere el voto a la violencia; el diálogo al insulto; la democracia al caudillismo. Y eso no es poca cosa. Es, de hecho, lo que nos ha mantenido en pie en medio de tormentas que en otros lugares han desatado guerras, dictaduras o persecuciones.
Soy una persona sincera y reconozco que tengo diferencias profundas con algunos familiares y amigos en temas políticos. A veces, nuestras posturas parecen estar muy alejadas. Sin embargo, nunca he pensado que eso nos convierta en enemigos. No deseo repetir divisiones del pasado ni alimentar confrontaciones. Creo firmemente que ninguna diferencia de opinión debería quitarnos el amor, la amistad ni el respeto por quienes forman parte de nuestra historia y nuestras raíces.
No podemos permitirnos una evolución hacia el odio, porque ese camino no es evolución, es involución. Es un retroceso. No somos un pueblo que se odia. No somos un país donde se descarta al otro. Somos la tierra del “pura vida”, esa frase que no es solo un cliché turístico, sino una declaración de principios; por ejemplo, vivir bien, vivir tranquilos, vivir con los otros, no contra ellos.
Nos urge volver a las raíces, a los valores que nos sostienen, a la capacidad de escucharnos sin gritarnos, a votar sin anular al otro, a defender lo que creemos sin destruir al que piensa distinto. La democracia no se prueba en los tiempos fáciles, sino cuando las diferencias se agudizan. Y hoy estamos en uno de esos momentos de prueba.
Este llamado no es ingenuo ni tibio. Es un llamado firme, urgente y necesario. Es hora de reaccionar con madurez y responsabilidad. Dejar de echar leña al fuego del rencor. En esta tierra, los cambios verdaderos se han construido con diálogo, con pensamiento crítico, con propuestas valientes, no con armas, gritos, amenazas ni violencia. No con la lógica tóxica del “yo, o el caos”. Esa mentalidad no edifica; destruye. Y ya hemos pagado demasiado caro por esas divisiones como para repetir los mismos errores. En 1948, entre 2.500 y 3.500 costarricenses murieron por una disputa parecida a los signos que vemos actualmente. ¿Vamos a repetir esa confrontación?
Volvamos a ser lo que somos. Compatriotas, Costa Rica no necesita más división. Necesita, ahora más que nunca, que volvamos a reconocernos, a respetarnos, a querernos aunque pensemos distinto. Eso es democracia. Eso es civilización. Eso, sencillamente, es ser ticos.
Germán Salas M. es periodista.