El país de las mil y una discriminaciones
No obstante, es evidente que el príncipe heredero saudí se ha embarcado en una cadena de reformas sociales positivas. En 2014 autorizó por primera vez la entrada de mujeres en los estadios para asistir a partidos de fútbol masculino, eso sí, con el uniforme exigido por el rígido código de vestimenta saudí: niqab (velo completo) o al menos pañuelo de cabeza. Desde el año pasado, las mujeres ya pueden conducir en la superpotencia petrolera. Y hace unos meses, Bin Salman dispuso que las saudíes mayores de 21 años puedan obtener su pasaporte para viajar sin necesidad de contar con un permiso de su tutor varón, normalmente el marido, el padre o un pariente cercano.
El gobernante saudí no simpatiza con el sistema de tutela masculina, que controla el clero musulmán wahabí a cambio de dotar de legitimidad a la monarquía de los Saud. Pero las reformas son excesivamente tímidas para sus críticos, y no afectan al núcleo del sistema islámico y patriarcal consagrado por una interpretación radical de la Sharía. Por no mencionar el desprecio paralelo que siente el príncipe hacia la disidencia, como demostró el asesinato del periodista crítico Khashoggi y la detención de dirigentes feministas.
Entre las discriminaciones más sangrantes, que siguen inalteradas, destacan las leyes del matrimonio –la mujer saudí no puede casarse con un no musulmán, no así el hombre– , la poligamia, el repudio en caso del varón, la herencia (la mujer recibe la mitad que el varón) o el mínimo valor del juicio de una mujer en un tribunal.