El Madrid, ante el problema no resuelto del gol
El Madrid salió tocón, muy bien dispuesto, con un dominio rasante de la pelota y buscando mucho a Vinicius, de nuevo la gran referencia atacante del Madrid. Se le ve más fornido, más hecho (trabajo de gimnasio), aunque con la misma sonrisa de Erroll Garner. El Madrid atacó más por su lado, como ocurre desde que debutó, y pareció muy consolidada su pareja con Mendy. Muy coordinadas las relaciones por esa banda: si tú vas por dentro, yo por fuera; si tú vas por fuera, yo al revés. Así las parejas no discuten.
En la mediapunta, Odegaard hacía movimientos prometedores que no terminaban de sustanciarse en nada, pero permitían fantasear con ese posible retoque en el dibujo del Madrid. Puesto ahí responde rápido a Modric y Kroos, les ayuda a salir mejor, y dialoga a base de primeros toques con todo lo circundante. Viene a ocupar además un espacio vacío que Benzema llenaba a ratos. Por eso, aunque no hiciera mucho, la presencia de Odegaard allí pareció adecuada, con potencialidad, y redundó además en el sentido del fútbol del Madrid, muy tocado y pulcro en la primera parte.
Tocado y pulcro, pero estéril y abocado, como mucho, al unocerismo.
Porque con el paso de los minutos volvió a verse, para lo bueno y para lo malo, al último Madrid, al campeón de Liga: dominio posicional, solidaridad táctica y colectivista, y dominio de la pelota con una posesión que es tan útil al ataque como a la defensa.
El juego, que se desarrollaba a un ritmo elevado (la pelota iba de pie en pie con una velocidad más que decente), podía caer en el tedio pseudoitaliano de tantas noches zidanescas, pero al final de la primera parte se descorchó. En el minuto 36, Ramos (no es casualidad) remató con peligro tras un córner; después, Benzema tuvo una ocasión muy clara ante Remiro y otra más tras combinación colectiva por el centro. Lo mejor del Madrid era, sin embargo, la pareja Mendy-Vinicius, velocísima y con más poso, con más criterio en lo que hacían, como si maduraran por semanas.
En cumplimiento de otra de las reglas recientes, apareció Courtois, que en el 43 le quitó con su pie izquierdo un gol cantado a Isak. Se estiró, pierniabierto y llamativo, igual que un sofá cama que llenase al extenderse toda la estancia. La Real se hizo presente al final de la primera parte y al inicio de la segunda. Buenos argumentos: Merino, Oyarzabal y la velocidad de Barrenetxea y Portu. Esperaban moderadamente atrás, pero Varane controló bien a Isak en los «espacios».
A la altura del minuto 50 ya se adivinó en el Madrid, fugazmente, un mediocampo demasiado largo. Colocado Odegaard muy arriba, Modric y Kroos parecieron de pronto muy poca cosa para cubrir el balance defensivo. Fue apenas un vislumbre, pero coincidió con una mejoría de la Real y la mayor participación de Oyarzabal.
El Madrid no terminaba de imponer su ataque, y tenía menos centrocampismo ante una Real blindada que cambiaba a Isak por Silva.
En ese tramo de la responsabilidad, de ir a atacar o no hacerlo, intervino más Benzema (menos visible Odegaard), y buscó combinaciones meditadas con Rodrygo y Vinicius, pero dejaron siempre ese algo como de «slapstick» que tiene el fútbol entre ellos, de comedia de tropezones y cáscaras de plátano.
Mientras lo del ataque se dilucidaba, Zidane devolvió peso al centro del campo (Casemiro, Valverde). Además debutaba Marvin (luego lo haría Arribas), dando una salida veloz a la banda derecha. Tuvo una buena ocasión pero se lió ante tamaña responsabilidad.
También Imanol buscó frescura, pero entonces el partido ya lo tenía el Madrid bien agarrado. El timón firme, pero sin respuesta la cuestión del gol: quién es el responsable de provocar peligro y quién va a chutar con intención de marcar. El Madrid ganó una Liga jibarizada en torneo copero con muchos goles de los defensas y a balón parado. Ramos puede ganar una Copa así, pero una Liga normal exige goleadores. Vinicius parece el jugador más importante, pero sus limitaciones para la clarividencia son conocidas y Benzema le encuentra a él más que al contrario. Suele suceder fuera del área y por eso lo que más producen son «ays».
Los últimos minutos fueron de fatiga general. El runrún falso del público inexistente (como si la Liga fuera una producción más de la factoría Iván Redondo) no daba el aliento necesario para intentonas ni arranques. En esos minutos finales, de trajín mutuo y deslazavado, lo único que creció fue el empate. Se fue haciendo lo suficientemente grande y razonable como para contentar a los dos.