Bélgica se luce al lado del Hermitage
El estreno del encuentro fue elocuente. Mateu Lahoz y sus ayudantes se arrodillaron antes del partido para demostrar su oposición al racismo. Los futbolistas belgas también hincaron la rodilla. Los rusos, ninguno. Estaba todo dicho en este sentido.
Técnicamente superiores, los belgas dominaron el balón desde el primer segundo y Lukaku obtuvo premio de ese mando en diez minutos, al aprovechar un grave error defensivo local para anotar el primer gol de la noche con un disparo cruzado. El potente Lukaku se fue a una cámara de televisión y dedicó el gol a Eriksen, su compañero en el Inter, que le ha dado bastantes goles con sus pases precisos en la Serie A. «Te quiero», dijo ante la tele.
La que quería perder era Rusia. Si retaguardia era de risa. Otro fallo estrepitoso de los caseros permitió que el tosco Thomas Meunier, el hombre que destrozó el peroné a Hazard en la Champions, firmara la segunda diana de los diablos rojos a pocos kilómetros del Hermitage.
La ventaja enemiga obligó a los rusos a atacar por coraje, por nacionalismo ante sus aficionados, por dignidad. Bélgica se dedicó a nadar y guardar la ropa. Cedió el terreno y buscó el contragolpe. Ahí se observó la carencia de calidad de los locales. Mandaron por físico, pero sin clase, sin ideas, sin una sola jugada de talento. Todo eran choques y balones peleados por la fuerza.
Eden Hazard entró por Mertens, que no realizó un buen partido. El madridista disputó veinte minutos. No está para mucho más. Roberto Martínez le da protagonismo para ver si coge la forma en competición. No es fácil.
Courtois no tuvo trabajo. Enviarle balones por alto no demostraba mucha cabeza en el rival. Lukaku rubricó el tercer gol en un desmarque colosal de fuerza pura, a pase de Meunier. Los diablos no se pusieron ni rojos para ganar.