Un gol en la prórroga de Malcom deja a España sin el oro
A nadie le gusta perder finales, pero a Brasil mucho menos. Hasta 1950 vestía de rojo, pero el trauma del Maracanazo fue tal que cambió hasta el color del uniforme al amarillo que lució ayer; el mismo de los últimos setenta años. No tendrá que cambiarlo por este partido tras derrotar a una España que pese a caer en la final promete mucho.
Si ganó Brasil, que nadie se engañe, es porque fue mejor. El karma salvó a España en forma de fallo de Richarlison en un penalti que no lo era, por mucho que se señalara tras acudir al VAR. Pero más allá de la internada de Asensio en la que Diego Carlos casi se marcó en propia meta, las mejores ocasiones fueron brasileñas. De Cunha, para más señas. El mismo que marcó el primer gol carioca en una jugada de comedia, después de varios rebotes y balones al área y ante la pasividad de la defensa española. Antes ya se había lucido una vez Unai, pero en esa última jugada en el tiempo añadido de la primera parte le dejaron vendido.
Pese a quedarse a las puertas de la gloria, o de una mayor gloria, la olímpica abre el que aspira a ser un nuevo ciclo histórico con una jovencísima generación, la del covid, que ha llegado muy madura a sus primeras dos citas, ambas celebradas con un año de demora: los Juegos y la Eurocopa. Como Italia en la tanda de penaltis en la Eurocopa, Brasil fue esta vez el verdugo de una España en constante progresión que de no ser por su desencuentro con el gol sería temible.
En el segundo tiempo la canarinha comenzó avasallando y solo Unai y el larguero evitaron más goles a una defensa a la que se le encontraba la espalda con demasiada facilidad. Hasta que llegó la jugada feliz de la Roja. El recién entrado Bryan Gil centraba a otro incorporado para cambiar las cosas, Carlos Soler, que colgó el balón desde la banda para que Oyarzabal empalara de volea en el golazo de la final y empatara el duelo. Incluso pudo llevarse el partido España si el larguero, casi la cruceta, no hubiera escupido el tremendo disparo de Bryan Gil desde fuera del área. Después se forzó la prórroga. Se prolongaron la esperanza y el sufrimiento.
Si hubo otro nombre propio aparte del de Cunha fue el de Dani Alves. Cuando España fue campeona olímpica en Barcelona tenía nueve años, los padres de Pedri ni se conocían y Mikel Merino, el veterano de la España de Tokio con 25 años recién cumplidos, tampoco había nacido. Hoy Pedri, único timonel de España tras la kata que dejó fuera de combate a quien iba a ser su compinche, Dani Ceballos, en la jornada inaugural, no pudo evitar que España hiciera aguas. Como no pudo rescatarla Oyarzabal cuando aceleró la boga. Como no pudo evitar Unai en su estirada de gimnasta el tanto que dio el titulo a Brasil.
Pero todos ellos. Pedri y Ceballos; Merino y Oyarzabal; Pau y Eric García, son dignos herederos de los pioneros de Amberes y de la generación de plata de Sidney. Lo es incluso esta quinta del covid de la Quinta del Cobi, aquella que consiguió para España un primer oro olímpico que se resistía desde 1920, aunque haya quedado un peldaño por debajo. Ya tienen otra plata los futbolistas de la Roja, porque lo de Rojita les queda extremadamente pequeño.
Concluye así simbólicamente –la semana que viene arranca la Liga– un verano frenético, con semifinales de Eurocopa y Juegos. Y lo hace con un buen balance. Con España como subcampeona olímpica apenas un mes después de ser semifinalista en el torneo continental. Los rivales también dan lustre a las victorias, y más si visten la canarinha y están capitaneados por un pope del fútbol mundial, Dani Alves, eterno lateral derecho que lo ha ganado todo en la competición por clubes y se retirará con el Mundial como única cuenta pendiente. Estos Juegos eran los suyos, para infortunio de una generación, la de Luis de la Fuente, llamada a grandes cosas. Seis de ellos ya estuvieron en la Eurocopa, Mikel Merino se la perdió por lesión y Asensio debe regresar cuando recupere su nivel previo a la que le dejó en casi en blanco en el curso 19-20.
La prórroga trajo el tanto de Malcom a falta de poco más de diez minutos para el final; un gol que vale una medalla de oro, la segunda consecutiva de Brasil y la segunda de toda su historia, ante una España que creyó en sí misma y por momentos fue mejor, pero fueron demasiado pocos. Fue un palo, pero no solo vive de resultados este equipo. Tiene también señas de identidad: esa pasión por el balón, la posesión y la circulación, aunque en los últimos partidos se haya vuelto más vertical... y ese sufrimiento eterno; esa falta de gol que esta vez costó cara.
Queda la amargura de perder el oro, como la de los penaltis en Londres, pero la Roja se ha reivindicado por partida doble este año. No es que haya futuro, que por supuesto que lo hay y muy bueno; es que hay presente. La Quinta del Cobi y, sobre todo, la de Iniesta, tienen relevo. Se mantiene, eso sí, una maldición histórica: desde 1996 no ganaba España una medalla de oro en deportes de equipo. Hoy la quinta del covid no pudo romper el gafe.