El Atlético cae con orgullo y sentimiento
El partido nace con sobredosis de excitación. La contienda que hubiera debido ser una confrontación de estilos se dirime desde el ángulo emocional. Ese sentimiento tan atlético de sentirse agredido o perseguido y que une a sus gentes. Es la gracia común del sufrimiento como pasarela hacia los objetivos compartidos. El club despliega un mosaico hermoso cuando saltan los jugadores al campo. ‘Orgullo’ y ‘Sentimiento’ se lee en la grada teñida de azul en la parte baja y de rojo y blanco en la superior. Palabras que exacerban la sensibilidad general de un estadio que se deja los pulmones al cantar el himno.
Arranca el duelo con Lemar, novedad de alcance y buenos propósitos. Una inversión en la tendencia que promete un fútbol más potable y lúcido en ataque, sin la rigidez de la que hizo gala el Atlético en Inglaterra. Era inevitable una ración de pesimismo rojiblanco, llámenlo realismo inevitable después del suplicio del Etihad. Compareció Lemar y el Atlético tuvo otro talante, espíritu guerrero pero con sustancia. Posibilidad de combinación y entendimiento con Joao, Lodi, Griezmann y el resto de jugadores de buen tacto que tiene el Atlético.
El aspecto emocional del Wanda contribuyó a la aproximación del Atlético a sí mismo. Una participación enérgica, con cinco defensas y cuatro más por delante, con Joao Félix liberado de obligaciones. El equipo capaz de ganar disputas, de meter siempre el pie, de intervenir en el desenlace desde una presión adelantada y el objetivo final de robar pronto y buscar asociaciones rápidas. Una presión codiciosa, anticipación a la vieja usanza del cholismo auténtico.
Hasta las melés que genera Oblak con sus pelotazos dirigidos tenían un sentido con sus compañeros agrupados en torno al rechace. El carácter de los colchoneros obligó a la selecta tropa de Guardiola a modificar su atmósfera rodante. Hubo mucho pase largo, gente al rebote y sobredosis de saques de esquina como pretensión ofensiva.
El Manchester City dirigió la posesión sin abrumar ni aburrir, no se lo permitió el Atlético en la primera mitad, que tuvo eso sí más concentración de ocasiones en el área de Oblak que en la de Ederson, un portero con verdadera sangre fría en el toque.
El City posee un futbolista superior, con cara de tímido y menos tirón mediático del que merece su juego, el belga De Bruyne, catalizador de ataques, volcánico en carrera, potencia pura y técnica sensacional con disparo de categoría. A partir del aseo y buen criterio de Rodri y las apariciones de De Bruyne, el City cortejó a la defensa atlética con su inquietante suavidad. Mahrez asomó cuando su equipo comenzó a sacudirse el aliento rojiblanco y el gol rondó a Oblak.
Reinildo salvó un tiro de De Bruyne, Gundogan remató al palo en un avance de purismo guardiolesco, la rosca de Cancelo se fue muy alta. El Atlético, sin el complejo defensivo de la ida, también amenazó, sobre todo en las salidas de Lemar en conducción, en las carreras al espacio de Lodi y en cualquier maniobra de Joao Félix. El gol se resistía a todos.
El segundo tiempo es un monólogo de proporciones insospechadas. El Atlético le arrebata el balón a su rival y propicia un repertorio de juego incandescente, muy del estilo de perdidos al río en versión rojiblanca. Al no quedar ningún resquicio donde especular, el Atlético se lanza al cuello del City. Los ingleses se sienten indefensos sin el balón, un bulto en el camino. El grupo de Simeone huele el miedo, el City no llega, el campo es amplio para correr y tocar. Hay maneras más contagiosas de pelear, como este muestrario de múltiples facetas que muestra el equipo. Por encima de todas, la voluntad de ir a por el partido.
El City pierde tiempo, Guardiola incorpora medios defensivos, el Atlético multiplica las ocasiones (Joao, Griezmann, De Paul, Carrasco), cada vez más claras y cada vez más cerca de Ederson. El clima en el Wanda es de remontada y épica, Simeone incluye a Cunha y Luis Suárez, el público canta ‘Luis Aragonés’, hay tangana al final, roja a Felipe y nueve minutos de prolongación. El City pierde todo el tiempo del mundo, Simeone aplaude al público y el gol no llega.