Milagro y revolución del Madrid
El Madrid salió con el 4-4-2 de Londres, casi en rombo, Modric por delante, más cerca de Vinicius. Guardiola recuperaba a sus laterales y evitaba ataques de entrenador, controlaba su propensión a la genialidad.
El ambiente era como pocas veces, un revival de los 80. El Madrid vive un turbomadridismo. La osamenta del estadio, como en las catedrales, parece invocar algo grandioso y elevado que se mezcla con el cielo: es el madridismo.
Esa tensión se vertía como un líquido hirviente en el campo y hasta Modric tuvo su más y sus menos con Laporte, cuyo desvanecimiento ante el árbitro evocó viejos repertorios dramáticos de sobra conocidos…
El City comenzó, sin novedad, con una presión de acupuntura y en el Madrid se hacía importante Valverde. De alguna forma, él tenía que alargar y darle flexibilidad al mediocampo. Por su derecha llegaron, muy pronto, dos ocasiones de Benzema, una de ellas clara.
El City parecía menos avasallador, menos complejo y Casemiro hacía desaparecer los claros en el bosque.
El City se iba metiendo poco a poco en campo ajeno y el Madrid se organizaba como una mezcla de defensa concienzuda más razzias. No era bloque bajo, no era bloque medio: era semibajo, un semisótano de la concentración del que salía con rapidez, cuando salía. Un error de Militao supuso la primera descarga de miedo en el minito 20, y Courtois le tuvo que hacer un paradón a Bernardo Silva, que de todos los versátiles, movibles, dinámicos e intercambiables jugadores ingleses era el más puñetero de todos, sereno y ubicuo.
Pep ya parecía Elizabeth Warren llamando a la insurrección en la Corte Suprema, y eso era señal de que las cosas le iban bien, no mal. EL City empezaba a extender su escalonado proceso y presionaba de un modo más asfixiante, con hasta cinco metidos en el área del Madrid.
Su ataque era como ver formarse una canción en la cabina de un productor musical: se iban sumando pistas una a una, y el Madrid se echaba atrás como si el área fuera un islote del que salían despavoridos nadando en solitario Valverde y Vinicius. Las llegadas del Madrid eran pasionales, pero posibles.
En el City todos eran medios: los medios, los laterales (Cancelo) y los extremos…
Pasada la media hora el partido quería sonarnos un poco. El Casemiro-Modric-Kroos crujía como un viejo caserón sin llegar a los niveles de maltrato táctico de otros partidos. El Madrid no estaba tan entregado, aunque se notaba su sufrimiento. Contra equipos así, su fútbol no parece peor sino antiguo, anterior…
Para conseguir atacar tenia que adelgazar su juego entre la presión rival, hacerlo fino y agudo, casi líquido, y buscar siempre a Vinicius, agente provocador, propiciador del caos que ya llevaba a Walker a sus límites.
Vinicius sin suerte, pero una y otra vez, incansable, era el norte del Madrid, sus carreras hacia delante y la carrera hacia atrás de Modric, que antes del descanso le quitó a De Bruyne una pelota como aquella a Messi que encendió la reacción contra el PSG.
Vinicius salió del descanso enfurecido. Todos los triángulos y poleas del dibujo del City eran simplificados por una única recta: él solo corriendo por la banda. El frenesí del Madrid es él, que convierte en kilowatios de fútbol la energía del público; la resultante es su furor templado con la experiencia de los veteranos. Esa es la fórmula de la Coca cola.
El Madrid, bien defendido, salía orientado hacia Vinicius, al que el fútbol y las miradas se le enredaban en los tobillos como perrillos de alegría y ansiedad, como flores, como espuma de olas a punto de romper…
Vinicius se iba, provocaba un ay y volvía de nuevo, ¡vuelve siempre Vinicius como el caballito de una atracción de feria! Walker empezaba a sentir el stress del lateral derecho.
Tras esos zafarranchos, el partido alcanzó una meseta a la altura del 60. El City, entero, respondía al fútbol galopado del Madrid con otro como de ventosa, adherente, sisador de Bernardo Silva.
El Madrid necesitaba agitar aun más las cosas y Rodrygo entró por Kroos, de elegancia solo testimonial, pero antes de que pudiera intentarse la revolución con Camavinga, un cambio de Guardiola (Gundogan) colocó a Bernardo Silva en la mediapunta, más solo, abierto el Madrid, casi desnudo, con la hoja de parra de los centrales a punto de caer, y el pase de Silva lo aprovechó Mahrez con un zurdazo como un puñal en el corazón mismo de la portería.
Los minutos finales el Madrid los jugaría sin Casemiro, Modric, Kroos, lo que tiene bastante de lección y conclusión de la temporada. Apenas había ocasiones, reacción, y Bernardo Silva atravesaba el campo como si el Madrid fuera un riachuelo que él recorriera recodo a recodo en su canoa.
No aparecía Benzema, no estaba Modric, ¿estaba acabando una época? Los jóvenes del Madrid, todos en el césped, parecían un mecano aun por formar. Mendy salvó un gol, Courtois otro… El City no perdía el sitio ni el balón, ¿cómo podría el Madrid iniciar su epopeya? Lo logró. Lo intentó Carvajal primero, su coraje una alcayata, núcleo celular donde brotó el ADN, e inmediatamente Rodrygo remató dos balones colgados: el 1-1, el 2-1. En el descuento el City, temblando y reducido a víctima, parecía cualquier equipo.
El Madrid estaba cambiando de ídolos como de piel. Contiene dos épocas. Vini, Rodrygo y Camavinga devastaban al City y en la prórroga llegó el penalti a Benzema, que él mismo marcó. La gente lloraba y se abrazaba para comprobar que todo era verdad. El Madrid es a la vez una tradición y una revolución.