El problema es siempre dónde pones la línea, y cuando no sabes dónde es mejor no ponerla. Paralelamente al desarrollo de cada partido de fútbol suceden en el estadio, o en las casas o en los bares, miles de circunstancias personales: nacimientos, robos, alegrías, malestares, polvos en los que ves las estrellas –además de las que juegan– y por supuesto y tristemente, toda clase de peleas, accidentes, situaciones fatídicas y muertes. Por lo tanto, si nos tomáramos realmente en serio que la vida es más importante que el fútbol, pondríamos un sensor a cada uno de los seguidores que cada fin de semana o los miércoles se sintieran interpelados por el partido que ha de jugar su equipo y al menor amago de angina de pecho, suspenderíamos inmediatamente el partido y no habría manera de terminar las competiciones de una temporada ni en los diez años siguientes. La vida es más importante que el fútbol pero es más importante todavía no decir tonterías. No se puede comparar, porque no tiene nada que ver, el sufrimiento de un hombre y la angustia de sus familiares con lo que al final es el desarrollo normal de una empresa, en este caso LaLiga, que tiene unos calendarios y unos equipos con compromisos de una u otra naturaleza todos los días. Si en un momento muy concreto, árbitros o jugadores pueden ser de alguna utilidad, tienen todo el derecho y todo el deber de ayudar como en cualquier auxilio. Pero lo que el sábado vimos en Cádiz –y en muy menor medida el domingo en Getafe– no fue a futbolistas y colegiados ayudando a apagar un incendio sino la improvisación total de unos servicios médicos que tardaron más de lo deseable en enterarse de lo que ocurría y todavía más en entender cómo tenían que proceder. Lo que vimos el sábado fue al portero Ledesma a la carrera –cosa que sin duda hay que agradecerle– lanzando un desfibrilador a la grada, lo que imagino que no estaba en ningún protocolo de actuación para emergencias, si es que realmente había un protocolo para emergencias que tuviera pies y cabeza y que fuera apto para dar respuesta a algo no muy frecuente, afortunadamente, pero sí totalmente previsible en un estadio de fútbol, y es que a un aficionado le dé un susto el corazón. Más allá de este caos, del portero Ledesma corriendo y de Araujo, arrodillado, rezando, pausar el partido no sirvió de nada y la decisión no está comprendida entre los motivos por los que un colegiado puede hacer tal cosa: 1) Mal estado del terreno de juego; 2) Inferioridad numérica de un equipo, inicial o sobrevenida, en la forma que prevé el artículo 246; 3) Incidentes de público; 4) Fuerza mayor. Los incidentes de público a los que se refiere el tercer punto, y la fuerza mayor al que hace referencia el cuarto, son aquellos que afectan al normal desarrollo del partido, que no fue el caso salvo los primeros minutos, y que no tendría que haberlo sido en absoluto si los protocolos del Cádiz hubieran estado mejor pensados. Noticia Relacionada Barcelona 5 - Viktoria Plzen 1 estandar No Lewandowski es el nuevo Barça Salvador Sostres Un triplete del polaco lidera la goleada del Barça, enchufado también en Europa No se puede comparar el fútbol con la vida porque es hipócrita hacerlo y además mentira. El argumento, muy repetido la noche del partido y durante el día de ayer, de que más allá del reglamento, fue una cuestión de sensibilidad y sentido común, está planteado desde la buena fe, pero cualquier sentido común razonador ha de entender también que si para jugar al fútbol tuviéremos que estar pendientes de la salud de todos los aficionados –porque supongo que si nos importa uno, nos importan todos– no habría prácticamente ningún partido que pudiera empezar ni terminar según lo previsto, sobre todo los del Barça y el Madrid, que tienen una hinchada interminable repartida por todo el mundo. Como no sabemos dónde poner la línea, es mejor no ponerla y asumir que mientras se juega al fútbol es normal que en la vida pasen muchas otras cosas, y a veces de mucha más importancia para los afectado; pero no tiene ningún sentido convertir lo personal en lo colectivo porque la competición dejaría de ser viable. Lo de Cádiz no puede ponerse de moda como tímidamente vimos al día siguiente en Getafe. De lo sucedido en el Nuevo Mirandilla -y viejo y querido Ramón de Carranza- tenemos que aprender y mejorar. De hecho, la solución a casi todos los problemas es casi siempre aprender y mejorar, y casi nunca suspender o cancelar. No se trata de comprar el fútbol y la vida, sino de aceptar que el fútbol forma parte de nuestras vidas. Y que siempre y pese a todo, en el fútbol, en la empresa y en la familia, el espectáculo tiene que continuar.