Son las once de la mañana y las pantallas del centro de Buenos Aires ya están llenas de una marea azul y blanca aguantando el calor asfixiante de casi treinta grados y, sobre todo, con los nervios a flor de piel ante el día más importante para millones de personas desde 1986. Por todos lados se escuchan los cánticos de la que es considerada la mejor hinchada del mundo, portando miles de banderas con la cara de Maradona, siempre presente en el corazón de los argentinos. La emoción es indescriptible, y no es para menos, ya que se enfrentan al actual campeón del mundo. Por todos lados se venden banderas argentinas y camisetas con el 10 de Messi, considerado ya un mesías para todo el país. Quizá eso hace aún más especial este partido debido a que casi con total seguridad será su último mundial y por tanto su última posibilidad para conseguir alzarse con el título más codiciado del fútbol mundial. Comienza la primera parte, donde Argentina claramente domina el partido y llegan los goles. El éxtasis es total y las ovaciones a Messi se extienden por cada rincón. Llegamos al descanso con el marcador en 2-0 y un pensamiento maldito aparece en la cabeza de muchos: el partido está ganado. Pero la segunda parte dejó claro por qué el fútbol es considerado el deporte más grande del mundo y por qué Mbappe es el jugador más cotizado en la actualidad. Las caras de asombro, tristeza y desolación de los miles de argentinos reunidos no tienen precio y la tensión se palpa en el ambiente. Llega la prórroga y el gol de Messi relaja el ambiente, vuelven los cánticos y las sonrisas en la cara de los hinchas. Pero el argentino nació para sufrir y a diez minutos de acabar el partido volvió el empate. La incredulidad era total, otra vez volvía a pasar, nadie podía creer que el partido se iba a definir en penales. Solo quedaba confiar y rezar. Jóvenes que nunca vieron a su país campeón y no podían creer que otra final se les escapaba de las manos de esta manera. Pero Dibu, el portero argentino, cambió el curso de la historia e hizo lo que todos esperaban: parar el segundo penalti de los franceses. Los gritos de la multitud se escucharon en cada rincón, pero todavía nada estaba decidido. Sin embargo, se hizo la magia y el tercer penalti tampoco entró. El ansiado trofeo estaba cada vez más cerca, pero nadie pudo respirar con tranquilidad hasta que Montiel marcó el último gol que coronaría Campeones a los argentinos y cerraría el que ya se considera uno de los mejores partidos de la historia. La locura fue total: abrazos, gritos y llantos de tanta tensión acumulada durante casi tres horas. A pesar de que el partido estaba terminado, nadie se movió de su sitio: todos querían ver a Messi levantar por fin la Copa del Mundo tras cinco mundiales. Terminada la proyección, una marabunta de gente se dirige hacia el Obelisco ya lleno de gente a celebrar el mayor de los sueños de los argentinos. Por las calles de la capital se escuchan sin cesar los pitos de coches y los gritos eufóricos de campeones. La 9 de julio, la calle que lleva al obelisco y la más ancha del mundo, está explotada de gente que canta «campeones, campeones» al ritmo de cientos de bongos y trompetas en un domingo que nadie en Buenos Aires olvidará. «Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar« , la canción de la Mosca Tsé-Tsé que se volvió el himno argentino del mundial, sé escucha en todas las esquinas, al tiempo que en todos los altavoces suenan íconos de cumbia argentina y los vasos brindan llenos de fernet con coca-cola, la bebida nacional. Y es que el fútbol es mucho más que un deporte para los argentinos, es un sentimiento, una pasión y cualquiera que haya visitado este país lo sabe. Por eso en un día como hoy uno solo se puede dejar llegar por la emoción de un pueblo entero que por un día ha olvidado todos sus problemas, su delicada economía y se ha unido como nunca bajo los colores blanco y azul de la selección. Crónica del mundo Era el partido más importante de la temporada, y la amplia colonia argentina de Barcelona lo sabía. Finalmente, la final del Mundial de Qatar 2022 se ha saldado por penaltis con una victoria para Argentina. De este modo, Lionel Messi, que ha jugado su última Copa del Mundo, ha conseguido lo que siempre dijo que era su sueño para elevarse definitivamente al Olimpo de los dioses del fútbol junto con Diego Armando Maradona , la otra leyenda argentina. Esta victoria ha sido el broche de oro para un mes en el que los argentinos de Barcelona han dado una auténtica lección de lo que es la pasión por el fútbol. Es tan grande la colonia albiceleste en la capital catalana que, desde el primer partido contra Arabia Saudí, la unión de filiales argentinas (peñas) reservó la discoteca Latin Palace (Ramón Trias Farga) para congregar a todos los hinchas. Tanto éxito tuvo la llamada , que para el segundo encuentro se amplió la reserva a las discotecas Pachá y Carpe Diem para, entre las tres, reunir a hasta 7.000 gargantas. En un ambiente más parecido a la Bombonera o El Monumenta l que a unas simples salas con pantallas para ver un partido, la afición, consciente, de que se jugaban una gloria que no acariciaban desde 1986, empezó a llegar a las 12.00, cuatro horas antes del inicio, hasta teñir el local del albiceleste de sus remeras, sus bufandas y sus banderas. Noticias Relacionadas estandar No Fútbol Messi se instala en la eternidad Javier Asprón estandar No Argentina 3 (4) - 3 (2) Francia La fe de Argentina consigue un Mundial Pío García Cuatro horas de cánticos ensordecedores (con alguna pausa para comer) hasta que ha llegado la hora. Si la hinchada argentina se caracteriza por no dejar de alentar durante todo el partido, hoy no iba a ser menos. Mientras sufrían los momentos del partido, o los disfrutaban a partes iguales, han proferido todo tipo de cánticos hacia su selección y, sobre todo, hacia 'La Pulga'. Y es que el 10 argentino, que desde hace años es considerado por muchos el mejor de la historia, siempre ha tenido la espinita de no haberse proclamado campeón mundial con su selección. Si a eso se le suma el haber perdido la final de 2014, la victoria de hoy pone casi el cierre (tiene 35 años) a una carrera de leyenda. Rosa, de 24 años, comenta que «aunque no vi jugar a Maradona, con lo que le he visto a Leo me sobra para saber que no ha habido otro como él». Fernando, que sí vio jugar al 'Pelusa', reconoce que «para mí hace tiempo que Messi superó al Diego, pero para que se hiciera oficial, como un formalismo, tenía que ganar el Mundial. Ahora ya no hay dudas». El curso del partido propició una montaña rusa de emociones. De la euforia y la alegría mostradas hasta el minuto 80, los dos goles en dos minutos de Mbappé para mandar el partido a la prórroga dejaron helado al respetable, pues les arrebataba una victoria que ya creían suya por derecho. Pero, como dictan las normas de la justicia futbolística, tenía que aparecer el mejor jugador de este Mundial: Leo Messi. Su gol fue un bálsamo para los fantasmas que sobrevolaban el Latin Palace. Esta vez, ni siquiera el tardío gol del astro francés para ir a penaltis desalentó a los asistentes, que no dejaron de cantar hasta que se llevaron la tanda. Con el último penalti, el que les daba la tercera estrella, el Palace enloqueció. Eran campeones de nuevo, tras haberlo acariciado en 2014. Los argentinos salieron a la calle y convirtieron aquello en una prolongación de las salas. Los argentinos decidieron prolongar la fiesta en la sala hasta que vieron la imagen que todos los aficionados al fútbol anhelan: su capitán levantando la Copa. Más tarde, como ha venido siendo habitual en este Mundial, 8.000 forofos pusieron rumbo hacia el Arco del Triunfo p ara saborear las mieles de la victoria. En pleno frenesí, Rodrigo dio «gracias a Dios por esta felicidad. Desde que empezó el torneo sabía que era nuestro año. Por Messi, por el nivel que teníamos, porque Diego nos cuida desde arriba. Por todo. Qué hermoso este momento». Y es que se gane o se pierda, en las buenas o en las malas, nadie vive el fútbol como los argentinos. Francia vivió la derrota de su selección nacional, en Qatar, como un fracaso épico, que destruyó vertiginosamente unas ilusiones y esperanzas que iban mucho más allá del fútbol. Dominique Strossi, sociólogo del deporte, comentaba a los pocos minutos del fin: « Los triunfos de la Francia multicultural, hasta la semifinal, eran una gran esperanza para la Francia profunda, que vive horas muy negras, inquieta, ante la crisis, la inflación. El fútbol nos hacía soñar. Y esa ilusión era muy positiva. La derrota puede agravar el pesimismo y la desilusión de una Francia inquieta». La derrota, sin embargo, también consagró a un gran héroe nacional, Kylian Mbappé. En Bondy, la ciudad natal del jugador en el bar 'Les copains', Mireille, una chica de veinte años, de padres nacidos en Argelia, rompió a llorar a lágrima viva, emocionada: «Hemos perdido. Es injusto. Pero Mbappé es mi héroe, nuestro héroe. Siempre estará en mi corazó Quizá ningún deportivo francés ha recibido nunca los mensajes de emoción que recibe Mbappé. A los pocos minutos de sus dos goles comenzaron a circular las imágenes de un mensaje que parodiaba el más alto emblema de la nación, 'Libertad, Igualdad, Fraternidad', sustituido por 'Libertad, Igualdad y Mbappé'. Consagración melancólica. Emmanuel Macron, presidente de la República, había previsto una gran fiesta nacional, en Qatar, para celebrar el triunfo previsto. La derrota se convirtió en un psicodrama. «Mbappé está llorando. El equipo está hecho polvo. Macron ha saltado al campo de juego para animar y consolar a los jugadores», comentaba, con la voz entrecortada un enviado especial de RTL. La presencia del presidente de la República, en la final, iba mucho más allá de lo meramente deportivo. Se trataba de estar en primera línea de un triunfo que consagraría la unión nacional. Unión tocada del ala por los estallidos de violencia. En París, en Niza, en Estrasburgo, en Burdeos, en Niza, más de 14.000 policías y gendarmes anti disturbios, habían tomado posiciones, para intentar evitar o contener violencias. La derrota se convirtió en un rosario de lágrimas, lamentos, gritos de rabia. A la altura de la 'boutique' LVMH, en los Campos Elíseos, a primeras horas de la noche, una pareja enarbolaba la bandera nacional, abrazándose, llorando, besándose entre lágrimas. Escena repetida con mucha frecuencia. La sucesión de penaltis se vivió como un psicodrama trágica. «¡¡Nooooo…!!» Gritaban a coro, en un bar de Les Halles, en el corazón de París, ante las cámaras de BFMTV, varios grupos de hinchas, abrazándose, antes de romper a cantar La Marsellesa, el himno nacional. En los primeros planos de las cámaras de tv era palpable un océano de rostros víctimas de ataques de tristeza. Originales, buena parte de los argentinos residentes en París, decidieron celebrar el gran triunfo en una plaza altamente simbólica, la actual Plaza de la Concordia. La misma plaza donde estuvo instalada la guillotina, durante la Revolución de 1789 - 1793. Hugo Castillo, nacido en Córdoba, declaraba a RFI: «¡Los argentinos somos los mejores! ¡Messi no tiene igual!» . La gendarmería intervino con rapidez para evitar «aglomeraciones incontrolables». Francis Mallmann, gran cocinero de origen argentino, afinando con éxito en París, comentaba el resultado en términos gastronómicos: «Los argentinos llevan el fuego en la sangre. Nacieron cerca del fuego. Y eso se nota en sus parrilladas y en este final de fábula, que pasará a la historia». En los alrededores de la plaza parisina de La Bastille, donde hay varios restaurantes de origen argentino, la fiesta patriótica tenía un tono irónico, por momentos. «¡Qué se creían los franceses! ¡Somos los mejores!», gritaba una banda de hinchas argentinos ante las cámaras de LFI. El ministerio del Interior había anticipado una victoria francesa, con una presencia masiva, de poco menos de medio millón de jóvenes celebrando el triunfo, en los Campos Elíseos. La derrota de la selección nacional, cambió forzosamente los proyectos, incrementando la incertidumbre. Laurent Nunez, prefecto de policía de París, se manifestaba muy circunspecto: «Este mundial ha sido algo inédito, en términos de seguridad. La gran explosión multicultural del partido contra Marruecos también destacó por la aparición de grupúsculos violentos de extrema derecha. Nadie sabe como reaccionarán esos extremistas ante el fracaso. Policía y gendarmes han recibido consignas de máxima seguridad». La presencia de Macron en Qatar y el riesgo de violencias de extrema derecha, en París y en algunas capitales de provincias, también ilumina una dimensión política de fondo, que Edgar Morin (101 años), el pensador más influyente de Francia, hoy, resumía al final del partido de este modo: «Me pregunto que sería hoy de la nación y del patriotismo si el fútbol y acontecimientos como el Mundial de Qatar».