Antonio Reverte, con su prestancia de torero vanguardista en su tiempo, solía echarse el capote plegado a una mano ante aquellos temibles toros de seis o siete años, esos que embestían como demonios despavoridos, y así, entre recortes y galleos, conseguía lidiar incluso de salida, para después adornarlo en una suerte también de su invención como es 'el teléfono'. Porque en el toreo se precisa de inventar y de inventiva, aunque cierto es que nada se inventa mejor como aquello ya inventado, pero otorgándole un nuevo prisma. Читать дальше...