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Март
2023

Benditas ganas de aprender

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Abc.es 

Lucio Ángel Santamarta Alegre, que ahora tiene 81 años, perdió a su esposa hace una década. Sumaba así a su condición de jubilado la de viudo, el tiempo libre a la soledad indeseada, la que duele y se torna en vacío. Así que decidió buscar una solución para ocupar las horas y la mente de manera productiva, porque a él lo de jugar al dominó en un centro de mayores, a la petanca en un parque o contemplar el avance de las obras de urbanización de calles no terminaba de llenarle. Quería estudiar algo relacionado con las humanidades, después de una vida profesional vinculada a lo técnico, y lo halló en Historia del Arte. En 2014 se matriculó en la Universidad de León y hace escasas fechas ha presentado su trabajo de fin de grado sobre la arquitectura renacentista en la Catedral de esta ciudad. En él analiza los cambios constructivos y de estilo del templo durante el siglo XVI, un trabajo que ha defendido con éxito ante el correspondiente tribunal. Su tutor ha destacado que es un ejemplo de superación y un referente, tanto para los de su edad como para los de generaciones más jóvenes. Lo que viene por ahí, entre la realidad paralela de la redes sociales, el relativismo y la falta de tracción/empuje es para echarse a llorar. El octogenario, por su parte, asegura que ha disfrutado de las clases presenciales y defiende que estudiar agiliza la mente. De hecho, lo recomienda para gente de su edad, como un tal Marco Tulio Cicerón hace más de dos mil años en una obra titulada 'De senectute', el primer panegírico a favor del envejecimiento activo y de la creatividad fructífera basada en la experiencia. Como lo expone Catón el Viejo a los jóvenes Escipión y Lelio a partir de diálogos sinceros. También en esta obra, el autor latino, en un alarde de realismo y honestidad intelectual, invita a ver la vida como algo pasajero, como un albergue, nunca como una casa, «pues la naturaleza nos dio una posada para parar, no para habitarla». Es en la dificultad para asimilar este hecho donde más falla la sociedad actual. Dieciséis siglos más tarde, lo corroboraba con un matiz más castizo nuestra mística más universal, Teresa de Ávila, al aseverar que la vida no es más que «una mala noche en una mala posada». Decía Ingmar Bergman que «envejecer es como escalar una montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena». Metáfora de lo más atinada por parte del cineasta sueco que, con su admirable ejemplo, ratifica Ángel, encaramado a la cima de Peña Ubiña o del Teleno. Según indica, los años no tienen que ser un impedimento para las ganas de aprender. Porque, efectivamente, quien carece de esa inquietud cada día está un poco más apagado, más gris, más muerto.











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