La telenovela por capítulos en la que se ha convertido la política en el Reino Unido en las últimas semanas debido a las revelaciones del llamado ‘partygate’, tuvo este jueves un nuevo episodio lleno de intriga, con severas acusaciones contra el Gobierno de Boris Johnson por supuestamente intimidar a los diputados rebeldes de las filas del partido. William Wragg, presidente del comité de administración pública y asuntos constitucionales, denunció que varios conservadores que se oponen al primer ministro y que quieren que deje el cargo tras conocerse que en Downing Street se celebraban fiestas mientras la población estaba obligada a confinarse para evitar la propagación del Covid-19, habían sido objeto de «presiones e intimidación». Además, según Wragg, algunos trabajadores de la residencia oficial del ‘premier’ así como miembros de su gabinete e incluso algunos asesores, han intentado colar en los medios información sensible sobre estos diputados, después de que los intentos de Johnson de que mantenga su apoyo resultaran infructuosos.
«La intimidación de un miembro del Parlamento es un asunto serio», dijo el diputado, una de las voces más críticas contra el líder de su partido, quien habló además de que esto es «un caso de chantaje». Las acusaciones de Wragg llegan en medio de una tormenta política para el primer ministro, que no parece dispuesto a dimitir pero que podría enfrentarse a una moción para echarlo. Boris Johnson aseguró que no tiene ninguna evidencia de que estas acusaciones se hayan producido y desde Downing Street aseguraron que «no hay necesidad de investigarlas». Pero el presidente de la Cámara de los Comunes, Lindsay Hoyle, puntualizó durante su intervención tras las revelaciones de Wragg que quienes trabajan para el Gobierno «no están por encima de la ley» y calificó como «desacato» el hecho de interferir en el «desempeño del deber» de los compañeros de filas o «intentar intimidar a un miembro mediante amenazas».
Para apoyar la versión de Wragg saltó a la palestra su ahora excompañero de bancada Christian Wakeford, que el miércoles se pasó a las filas laboristas, diciendo que él mismo fue amenazado con que perdería fondos para su distrito electoral si participaba en la rebelión, apoyando así la petición de varios diputados a través de cartas al presidente del Comité 1922, Graham Brady, para que active una moción de ‘no confianza’ contra el ‘premier’. No se sabe cuántas cartas ha recibido el comité ya que es su deber mantener esta información confidencial, pero la prensa local hablaba el jueves de al menos una decena, de las 54 necesarias, citando a fuentes del partido. No obstante, el diario ‘The Telegraph’ desveló este jueves que ‘fuentes de alto nivel’ dentro de la formación de derechas aseguran que entre tres y siete de las misivas de ‘no confianza’ fueron retiradas. Según las reglas de dicho comité, los parlamentarios pueden retirar sus solicitudes si cambian de opinión. Aparentemente, el transfuguismo de Wakeford no solo no sirvió para alentar la rebelión, sino que provocó que otros ‘tories’ se pensaran dos veces si de verdad quieren cambiar de líder, sobre todo cuando la funcionaria a cargo de la investigación de las fiestas supuestamente ilegales no ha presentado aún sus conclusiones.
División de opiniones
Como no podía ser de otra manera, los laboristas reaccionaron ante estas nuevas informaciones. Rachel Reeves, responsable de finanzas del gabinete en la sombra, dijo que sería «totalmente inaceptable» que algunos parlamentarios hubieran sido «chantajeados o intimidados». «Un gobierno debe gobernar en el interés nacional, no en los estrechos intereses de su partido, y si esta es la forma en que los conservadores creen que pueden superar esta crisis, entonces deben repensarla», dijo Reeves. Douglas Ross, el líder conservador escocés y uno de los cabecillas rebeldes, declaró que él no había recibido amenazas, mientras que el ‘brexiter’ Steve Baker, quien desempeñó un papel clave en la caída de Theresa May, manifestó que las acusaciones contra el ‘premier’ son «espantosas» y que el público está «furioso». «Es una situación lamentable en la que estamos. Estoy horrorizado de que hayamos llegado a esta posición», dice.