Terror comunista y asesinatos regios: la verdad tras la revolución de 1917 que el líder de Wagner prevé para Rusia
El asalto al palacio de Invierno por los bolcheviques de Vladimir Lenin el 7 de noviembre de 1917, 25 de octubre según el calendario juliano, vuelve a estar de actualidad. Y no por un buen motivo. El pasado miércoles, el líder del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, salió de las sombras en las que debería esconderse todo buen mercenario para hacer una curiosa advertencia: «Si los rusos de a pie siguen metiendo a sus hijos en ataúdes de zinc mientras los hijos de la élite sacuden el culo al sol, Rusia se enfrentará a una agitación similar a la de las revoluciones de 1917 , que dieron paso a una guerra civil». Resulta difícil saber si el líder de los mercenarios llama a la calma o una revolución soterrada motivado por su rencor hacia Vladimir Putin . Solo el tiempo lo dirá. Pero no le falta razón; y es que, una de las muchas causas que fomentaron aquella revolución –o revoluciones más bien– fue la recluta masiva de soldados entre las clases bajas. Aquello, unido al descontento social, a las hambrunas recurrentes y a las pésimas condiciones económicas de un imperio al que se le esfumaban los días de gloria, llevaron hacia el desastre y, en definitiva, hacia la guerra civil que reseña el líder de Wagner. ¡Revolución! Rusia vivió dos revoluciones en 1917, y la primera bebía de aquellas revueltas contra el Zar que se habían sucedido doce años antes. El 23 de octubre , siempre según el calendario juliano, un grupo de mujeres se concentraron en el centro de San Petersburgo y clamaron por la destrucción de la monarquía zarista. La participación del país en la Gran Guerra, la partida al frente de miles y miles de hombres y la escasez de alimentos por la falta de mano obra en los campos provocaron que las protestas se generalizaran algún tiempo después, el 24 de febrero. Tres días después se tomó la sede de la Duma –el gobierno– y provocaron la abdicación de Nicolás II. Casi nada. Noticia Relacionada estandar Si El amigo de Putin y jefe del grupo de mercenarios rusos Wagner que recluta presos para luchar en Ucrania Rafael M. Mañueco Prigozhin explica a los reos que quienes acepten su propuesta serán indultados sin tener que cumplir hasta el final sus penas Todo ocurrió a la velocidad del rayo. El gobierno imperial se desintegró y se forjó el popular y revolucionario Sóviet de Petrogrado, con sede en el palacio Potemkin. A la par, y en una extraña bicefalia, nació un Gobierno Provisional, encargado sobre el papel de la dirección del país. Al poco, el lugar sirvió de prisión para miles de reos zaristas; muchos de ellos, ancianos. Por las calles abundaban los soldados rebeldes, aunque otros tantos se habían unido al general Ivanov, con órdenes de aplastar la revolución costara lo que costase. No sirvió de nada, en parte por el Gran Duque Miguel, que rechazó la corona y dio el golpe de gracia a los Romanov . Al final, hubo que llenar 1.382 ataúdes, una cifra estremecedora que pronto quedó oscurecida por otras tantas muertes. Y a partir de aquí comenzaron las divisiones entre los revolucionarios más moderados y los extremistas. La llegada de Vladimir Ilich Ulianov a Petrogrado tras la abdicación de Nicolas II agitó todavía más las aguas. El líder del partido bolchevique, una escisión del marxismo, regresó del exilio decidido a poner punto y final al Gobierno Provisional que había sustituido al Zar. En parte, por su carácter burgués, pero también porque su líder, Aleksandr Kérenski, y sus seguidores estaban convencidos de que había que continuar la guerra junto a los aliados. Comenzaba el juego y, en definitiva, una nueva revolución. Y tan solo unos meses después del primer baño de sangre. Nueva locura Aunque el poder era compartido 'de facto' con el Sóviet de Petrogrado, oficialmente era el Gobierno Provisional el que se hallaba al frente del país. En base a ello, sobre sus representantes recayó la responsabilidad de superar las dificultades económicas y afrontar el descontento generado en Rusia por la sangría de hombres y recursos que estaba suponiendo para el país la Primera Guerra Mundial . Kerenski, el mismo que posteriormente tildaría a Lenin de «criminal de estado» en uno de sus discursos más conocidos, se las prometía felices en principio. Sin embargo, sus promesas acabaron cayendo en el olvido. «El nuevo gobierno puso pronto en evidencia su enorme incompetencia para sacar a Rusia de la guerra y para introducir las mejoras que campesinos y trabajadores habían estado exigiendo para apoyarlo», explica Rodrigo Quesada en 'El siglo de los totalitarismos (1871-1991)'. El historiador Tom Corfe es de la misma opinión. Así lo demuestra en su obra 'Las revoluciones rusas': «Los líderes del Sóviet de Petrogrado, y de los demás sóviets de trabajadores, campesinos y soldados del país, denunciaron a Kérenski , tachándolo de débil y de poco claro; muchas fanfarronadas pero nada de acción». En algunos sóviets, de hecho, se empezó a barruntar la posibilidad de conquistar el poder por las bravas. Y, cómo no, los bolcheviques decidieron avivar esas ideas. Así se plantó la semilla de una nueva revolución. El paso del tiempo solo empeoró la situación. Así lo demuestra el que, en ciudades como Petrogrado, la población tuviera que aguantar extensas colas para comprar alimentos básicos debido a la precaria situación económica. Con este clima de descontento solo era cuestión de tiempo que la situación estallase. La pregunta era quién se aprovecharía de ello. Y pronto encontró una respuesta: Lenin, quien había llegado en secreto a la urbe el mismo octubre. Sediento de poder y ávido de gloria revolucionaria. el líder bolchevique comenzó a urdir un levantamiento armado al grito de que «la historia no nos perdonará que no tomemos el poder inmediatamente» o «que las clases dominantes se estremezcan con la revolución comunista». A finales de mes, el plan estaba sobre la mesa y dispuesto. Terror comunista «La acción comenzó a las dos de la madrugada del día 25 –7 de noviembre del calendario gregoriano– cuando Trotski envió a pequeños grupos de 'Guardias Rojos' a que ocuparan los edificios gubernamentales, oficinas de correos, telégrafos, teléfonos, estaciones de ferrocarril, arsenales y depósitos de agua», explican Carlos Canales y Miguel del Rey en su obra 'Tormenta Roja: La Revolución Rusa (1917-1922)'. A sus órdenes no solo tenía a la bolcheviques y al pueblo descontento, sino también a una parte de los militares, muchos de los cuales habían rehusado regresar al frente en julio de 1917, y a los marineros de la flota del Báltico. Poco después, los ' Guardias Rojos ' salieron a las calles para conquistar los objetivos ordenados. Otro tanto hizo la tripulación del crucero protegido 'Aurora', del lado bolchevique, la cual obligó a su comandante a llevar el bajel del río Neva, hasta el centro de la ciudad. Gracias a su ayuda, los revolucionarios pudieron expulsar a las tropas gubernamentales de los puentes cercanos e ir conquistando, de forma rápida, la ciudad. «A las diez de la mañana, Trotski anunció confiado que el Gobierno Provisional había caído, aunque los ministros todavía seguían trabajando en el Palacio de Invierno», añade Corfe. Poco después comenzó el asedio al Palacio de Invierno, edificio al que fueron llegando poco a poco los 'Guardias Rojos'. En principio, las fuerzas posicionadas alrededor del mismo (principalmente cadetes) se dedicaron a desarmar a los asaltantes. Sin embargo, al final les fue imposible hacer frente a la avalancha de enemigos que cercaba la sede. Todo estaba perdido para ellos. A las seis y media de la tarde los revolucionarios enviaron un ultimátum a los políticos ubicados en el interior del edificio y, poco después, a eso de las nueve y media, comenzó el bombardeo por parte del ' Aurora '. «Como no había munición real a bordo, dispararon municiones de fogueo», señala Sean McMeekin en 'Nueva historia de la Revolución Rusa'. Durante la media noche se produjo el asalto final después de que una buena parte de las fuerzas gubernamentales abandonaran la defensa. Los bolcheviques accedieron al edificio y terminaron con la unidad de mujeres que lo defendía, denominada el ' Batallón de la Muerte '. «¡No toquen nada, ahora todo es propiedad del pueblo!», señalaron los comisarios. Poco pudieron hacer los miembros del gobierno, reunidos en la sala de desayuno, más allá de no oponer resistencia y marchar con calma como prisioneros hacia la fortaleza de Pedro y Pablo. No fue igual de tranquila la guerra civil que continuó durante años. Se calcula que, entre 1917 y 1922, fallecieron un total de 5 millones de personas en el conflicto; entre ellos, el Zar y su familia, ejecutados en julio de 1918. Lo que había comenzado con violencia terminó con barbarie con la creación de la Cheka , conocida como «la espada y la llama de la revolución», y la deshumanización de los miembros del Ejército Blanco, a los que se tildaba de «piojos» y «alimañas». Aquello derivó en un triste genocidio de clases; una suerte de caza de brujas contra el burgués, que era cualquiera que hubiera atesorado una moneda de más. Beevor confirma, a su vez, que Lenin cargó contra todo organismo que se interpusiera en su camino hacia el poder. El mayor ejemplo fue la Asamblea Constituyente , el primer parlamento elegido de forma democrática tras la revolución de Octubre. En enero de 1918 fue dinamitada por los bolcheviques.