Las iglesias ibicencas son compañeras inseparables de los paisajes mediterráneos de la isla. Asoman tan limpias de artificios como auténticas, señaladas por discretas cruces latinas y teñidas del blanco purificador de la cal sobre sus muros. Así marcan los pueblos con la señal más genuina de raíces rurales. Aferradas a la tierra tanto como al cielo, pues desde hace más de 600 años han sido baluarte de las ancestrales creencias espirituales de sus gentes. Pero en una isla de 210 kilómetros de costa totalmente expuestos al horizonte marino, algunos templos hubieron de desempeñar una función añadida a la consabida conexión divina. Su estructura, fortalecida estratégicamente y de abrigada ubicación, supuso una vital defensa para los humildes agricultores pitiusos . Avisados por las torres vigía costeras de la llegada de embarcaciones desconocidas se refugiaban en su interior dispuestos a hacerse fuertes ante las invasiones provenientes del mar. Noticia Relacionada reportaje Si Piedras milenarias y misterios sin resolver: la isla española que cautiva la imaginación Mayte Amorós Los yacimientos de la cultura talayótica en Menorca protagonizan una ruta mayúscula por el pasado milenario de la isla Hartos de las tropelías y constantes saqueos de los piratas turcos y berberiscos, aquellos navegantes ávidos de mercancías y personas que surcaban las aguas mediterráneas, los ibicencos encontraron la mejor protección en sus iglesias. Sus gruesos y elevados muros suponían una fortaleza inexpugnable en cuerpo y alma. Santa Eulària, fortificada después de incendiarse por un asedio pirata JB Santa Eulària des Riu Al oriente de la isla, no solo los hippies se impregnaron de la calma entre los campos de labor del municipio de Santa Eulària des Riu , sino que sus habitantes buscaron repetidamente la visión del Puig de Missa. Sobre tal colina asomada a la costa se erigió la iglesia fortaleza en el siglo XVI, después de que la iglesia originaria fuera destruida dos siglos antes por un ataque pirata. A su alrededor las calles se estrechan ladera abajo hacia el único río de la isla y sus característicos molinos harineros. Las casas payesas encaladas envuelven una de las iglesias más bonitas de la isla. En una de ellas se aloja el Museo Etnográfico de Ibiza en cuyas dependencias (bodega, almazara, cocina, sala, habitaciones y portal) se desarrollaba la tranquila vida rural, solo alterada por la huida presurosa a refugiarse en el templo ante una posible invasión. Con el tiempo la iglesia no perdió su elegancia y la sobriedad de sus líneas, pero fue matizando su aire fortificado. Mediante capillas barrocas, vivienda parroquial, así como la vicaría y la sacristía, un porche de grandes vigas y una vistosa cúpula bermeja que la destaca sobre el pueblo. Sant Antoni de Portmany, la ermita que se hizo fortaleza JB Sant Antoni de Portmany Es el punto de encuentro con el atardecer ibicenco y por ello la primera zona turística que se desarrolló en la isla. Entre campos de almendros la pequeña ermita del pueblo, situada junto al cementerio, fue haciéndose defensiva a medida que pasaron dos siglos y se le fueron añadiendo una torre y almenas. La iglesia que incluso llegó a alojar dos cañones en su torre, aún mantiene sus trazas medievales. Apenas a ocho kilómetros el pueblo de San Rafel . Aunque no tiene iglesia fortificada pero sí coronada por un campanario con un vistoso perfil curvilíneo, merece la visita por estar declarado Zona de Interés Artesanal por su larga tradición ceramista. Los fresco de Sant Miquel de Balansat JB Sant Miquel de Balansat La más antigua y única iglesia de la isla cuya planta fue diseñada en forma de cruz es, además de sorpresa fortificada al norte de la isla, un maravilloso compendio de pintura al fresco descubierta en una reforma de hace un siglo. Su denominación (Balansat) proviene de la alquería árabe sobre cuyos restos fue levantada en el siglo XIV. Tres arcos dan acceso al templo a través de un acogedor patio de piedra. Hasta la vivienda del párroco se situó sobre la bóveda para garantizar su protección. Aunque ya no luce sus almenas originarias todavía conserva su aire defensivo. Sant Jordi de Ses Salines Al sur de la isla, junto al parque natural de Ses Salines , la iglesia de Sant Jordi también abría su porche para defensa de los vecinos payeses en caso de necesidad. De hecho en origen fue un auténtico torreón para defender las cercanas salinas, cuya producción era el auténtico oro de la época. Estando a un paso de las lagunas concurridas por aves tan vistosas como los flamencos, de una de las playas más hermosas de la isla como es la de Ses Salines, o de la cala de Sa Rosa con su torre vigía, resulta imposible no acabar frente al Mediterráneo admirando la tranquilidad de un viejo mar.