Republicanos en Utah perdonan escepticismo climático de Donald Trump en plena crisis ambiental
Salt Lake City. Desde su rancho en la orilla norte del Gran Lago Salado, Joel Ferry es testigo directo del cambio climático. Natural de Utah, este agricultor republicano vio cómo la extensión de agua se redujo dos tercios en 40 años.
Director del Departamento de Recursos Naturales de Utah, Ferry sabe que la desecación del lago es una “bomba nuclear ambiental” que amenaza la existencia de la capital, Salt Lake City, y a los dos millones de personas que viven en sus orillas.
Ferry votará en las presidenciales de noviembre por Donald Trump, a pesar de que el candidato republicano es escéptico respecto al cambio climático.
Ferry elogia los “buenos resultados económicos” obtenidos por Trump durante su presidencia (2017-2021), así como sus “valores familiares”.
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De fe mormona, como la mitad de la población de Utah, Ferry también agradece que Trump nominara jueces conservadores a la Corte Suprema, lo que permitió retirar el amparo constitucional al derecho al aborto.
Estos puntos eclipsan, según Ferry, la postura de Trump sobre el calentamiento global, quien este año sugirió que la subida de los océanos derivaría en más propiedades frente al mar.
“Creo que solo es una provocación, no creo que piense eso realmente”, dijo Ferry.
Es una reacción común en Utah, donde los mormones son en su mayoría leales al Partido Republicano, a pesar de las reservas que tienen respecto a la personalidad de Trump.
Los republicanos llevan 70 años ganando las elecciones presidenciales en este estado.
Ciudadanos consideran que republicanos tendrán en agenda medioambiente
Los habitantes entendieron la fragilidad de la región en 2022, cuando el Gran Lago Salado alcanzó su punto más bajo.
El lago quedó atrapado entre el consumo excesivo de agua del sector agrícola y la industria minera, y la sequía histórica que afectó la región por dos décadas.
“Despertó la preocupación de que el lago se secaría por completo”, dijo David Parrott, director adjunto del Instituto del Gran Lago Salado de la Universidad de Westminster.
“Sería como Mad Max, donde el agua desaparece por completo. Tendríamos que abandonar la ciudad”, asegura el biólogo.
El lecho del lago, cada vez más expuesto, contiene arsénico tóxico y metales pesados concentrados por la industria minera, que con las tormentas se liberan a la atmósfera.
Este punto de inflexión generó “un grito de guerra” entre políticos y ciudadanos, añade Ferry.
La administración conservadora invirtió más de mil millones de dólares en tres años en iniciativas como incentivos financieros para que los agricultores reduzcan el consumo de agua mediante nuevas tecnologías de irrigación, además de impulsar la lluvia y obras para dividir el lago en dos y limitar su salinidad.
Incluso la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días racionó su consumo de agua.
“El medioambiente debería ser una prioridad para los republicanos en Estados Unidos”, agrega.
Propuesta de Donald Trump al cambio climático
El programa de Trump, sin embargo, no está en sintonía con los deseos de Ferry.
Según un estudio de la organización Carbon Brief, de ganar la Casa Blanca, Trump acabaría con las esperanzas de limitar el calentamiento global a +1,5°C.
El republicano prometió retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, diseñado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y promover el incremento de la producción petrolera.
“Una presidencia de Trump sería desastrosa para el medioambiente y para el Gran Lago Salado”, dijo Parrott, quien aplaude los esfuerzos de los republicanos en Utah.
En Salt Lake City, la mayoría de los votantes republicanos consultados por esta agencia expresan preocupación por el lago.
Pero para algunos, como Bill Clements, es un problema local en el cual la Casa Blanca no tiene influencia.
Clements, de 75 años y también de fe mormona, agradece los dos últimos inviernos, más húmedos de lo habitual, que le dieron un respiro al lago.
Aunque creció un poco, el lago no alcanzó el nivel mínimo para su conservación.
“Creo que muchas de estas cosas son parte de la naturaleza (...) sube y baja”, dice Clements.
“No he abrazado aún la religión del cambio climático”, concluye.
