Argumentos obsoletos del Banco Mundial se siguen usando contra la educación superior
Dos visiones contradictorias parecen disputar el predominio en materia de educación superior en nuestros días. Estas visiones no solo son contradictorias en términos de valores; también conducen a resultados muy distintos. Por esta razón, consideramos de utilidad traer a cuento dos visiones, aunque una resulta obsoleta.
Estudios publicados con el patrocinio del Banco Mundial en la década de los 80, que si bien el organismo los señalaba como documentos técnicos que no definen sus políticas, son ampliamente citados en informes y textos sobre políticas educativas.
El documento, como lo resume Carlos Tünnermann, estudioso nicaragüense de la educación superior recientemente fallecido, “propone una estrategia de reforma”, cuyas directivas claves serían “estimular una mayor diversificación de las instituciones públicas de educación superior e incluir el desarrollo de instituciones privadas; proporcionar incentivos a las instituciones públicas, a fin de que diversifiquen sus fuentes de financiamiento, incluyendo el cobro de aranceles a los estudiantes y la vinculación del financiamiento del Estado a la mejora del rendimiento académico e institucional; redefinir el rol del gobierno en la educación superior y, por último, introducir políticas explícitamente diseñadas a dar prioridad al mejoramiento de la calidad y el fomento de la equidad".
Estas políticas fueron aplicadas en muchos países, lo que condujo al debilitamiento de la educación terciaria y a crisis nacionales cuyos efectos ha tomado años revertir. Basta citar lo ocurrido en varios países africanos que, siguiendo estas políticas, limitaron su inversión en la educación básica y media, que según el enfoque economicista del Banco presentaban una mayor tasa interna de retorno que la inversión en educación superior.
Se encontraron, así, de pronto sin cuadros para ocupar plazas en el sistema educativo y sin líderes políticos bien formados.
Chile aplicó al extremo estas políticas, sobre todo en cuanto a la privatización de la educación superior, a la “diversificación” del financiamiento de las universidades públicas y al fortalecimiento de las privadas, lo cual derivó en una crisis en el año 2011 y a la reversión de tales medidas tomadas durante los últimos años de la dictadura.
El Banco publicó en 1994 un documento definitorio de sus políticas, liderado por Jamil Salmi, “La enseñanza superior: Las lecciones derivadas de la experiencia”, donde se distanció de las posiciones asumidas con anterioridad.
Un tesoro
Los que continúan creyendo en esas políticas para guiar la inversión en educación parecen ignorar dos hechos fundamentales ocurridos al final de la década de los 90. El primero es la publicación en 1996 del informe de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, coordinada por Jacques Delors, “La educación encierra un tesoro”, que plantea una visión humanista del desarrollo educativo y critica el enfoque economicista prevalente en ese entonces.
El aporte de Delors y de su informe merecen un comentario aparte. El segundo es la organización en 1998 por la Unesco de la Conferencia Mundial de la Educación Superior, precedida por varias conferencias regionales, cuyos informes fueron determinantes para la declaración final. (Gabriel Macaya, coautor de este artículo de opinión, formó parte del Comité de Redacción).
Esta declaración contiene varias recomendaciones clave:
Acceso universal: promover el acceso a la educación superior para todos, sin discriminación.
Relevancia: alinear la educación superior con las necesidades socioeconómicas y culturales de los países.
Interdisciplinariedad: fomentar enfoques interdisciplinarios para abordar problemas complejos.
Investigación y desarrollo: estimular la investigación y la innovación como pilares de la educación superior.
Calidad de la educación: mejorar la calidad y la pertinencia de los programas académicos.
Cooperación internacional: promover la cooperación entre instituciones y países a escala global.
Estas recomendaciones buscan fortalecer la educación superior como un motor de desarrollo sostenible y social.
Estos dos hechos dieron origen a una nueva iniciativa del Banco Mundial. En conjunto con la Unesco, publicaron el informe sobre la educación superior, en el 2000, bajo el título “La educación superior en los países en desarrollo: peligros y promesas”. Este informe, que el Banco Mundial nunca acogió como documento de política y que de cierta manera fue engavetado, es, de muchas formas, un mea culpa por los reportes anteriores y propone revisiones fuertes a las políticas del Banco, abandonando, en parte, el enfoque economicista.
Sorprendemente, no hace referencia explícita a los dos anteriores, a pesar de que el equipo redactor incluía a Georges Haddad, presidente de la Conferencia Mundial de 1998. Por otra parte, entre los colaboradores del Grupo de Trabajo encontramos a Jamil Salmi.
A pesar de las críticas que podamos hacer a este documento, sí hay un cambio radical, al considerar un papel protagónico para la educación superior en el desarrollo y abandonando el enfoque de rentabilidad de los diferentes grados educativos, que daba prioridad a la educación básica.
Este informe, en su introducción, cita a Malcolm Gillis, rector de la Universidad de Rice que en 1999 señaló que más que nunca en la historia humana, la riqueza —o la pobreza— de las naciones dependía de la calidad de la educación superior.
“Quienes posean habilidades y una mayor capacidad para aprender”, decía Gillis, podían esperar “una vida de logros económicos sin precedentes". Por el contrario, con escasa instrucción solo era posible aspirar “a la oscura perspectiva de una vida en silenciosa desesperación".
Nos hace recordar la muy citada frase de José María Castro Madriz, en su discurso inaugural de la Universidad de Santo Tomás, en 1843: “Triste del país que no tome a las ciencias por guía en sus empresas y trabajos. Se quedará postergado, vendrá a ser tributario de los demás, y su ruina será infalible, porque en la situación actual de las sociedades modernas, la que emplea más sagacidad y saber debe obtener ventajas seguras sobre las otras".
El informe de 1998 concluye con una cita de H. G. Wells, en El bosquejo de la historia: “La historia de la humanidad se transforma más y más en una carrera entre la educación y la catástrofe”. Pareciera que Costa Rica, en el momento actual, está en el trágico momento advertido por Wells.
Déjà vu
Leyendo algunos de los comentarios sobre la crisis educativa en Costa Rica, nos parece estar ante los argumentos que esgrimía el Banco Mundial en los 80 y 90. Estas políticas llevaron a las crisis en los sistemas educativos de muchos países en varias regiones del mundo.
Sus palabras ponen en evidencia que algunas personas se quedaron con estos argumentos y con estas políticas, y parecieran ignorar todo lo acontecido en los últimos 25 años.
Miguel Gutiérrez Saxe es economista y fue fundador y director del Programa Estado de la Nación.
Gabriel Macaya Trejos es químico y fue rector de la Universidad de Costa Rica (UCR).