Pedro Almodóvar: "Recuerdo perfectamente cuándo sentí la polarización de España"
Si tuviera que escoger el nombre de la persona encargada de sentarse en la habitación de al lado, de aguardar con prudencia en la inmensidad de ese espacio liminal contiguo, su propia desaparición, Pedro Almodóvar elegiría a su hermano. "Si él se deja, claro", apostilla riendo el cineasta manchego sobre la remota posibilidad de apostar por alguien que suplantara el papel de acompañamiento que encarna Julianne Moore en su última película, adaptación libre de la novela de Sigrid Nunez, «Cuál es tu tormento», reciente ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia y depositaria involuntaria de los miedos más recientes y densos del director sobre la muerte y su inminencia.
Cálido y verborreico, Almodóvar nos recibe en el palaciego interior de una de las habitaciones del Four Seasons con la naturalidad desenvuelta de todas y cada una de las mujeres desesperadas que le habitan. Sabiendo y sintiendo que la realidad siempre encuentra una rendija para poder colarse en la configuración de sus historias, pero también en un discurso particularmente combativo que en los últimos años viene marcando la línea general de sus intervenciones. «Ay calla, que lo tengo puesto», admite tronchado segundos después de darse cuenta que lleva puesto el audífono que acaba de pedirle a una persona de su equipo para poder responder bien a la pregunta que acabamos de formularle, porque si hay una virtud que impregna el cariz observador de Almodóvar es sin duda alguna, el de la escucha.
«Mi forma de repensar la muerte ha cambiado. No de un modo radical, pero me he habituado a tenerla más cerca y a compartir tiempo con la idea que tengo de ella. En todas las escenas de la película que transcurren en la casa del bosque durante la segunda parte, éramos cuatro: Tilda Swinton, Julianne (Moore), yo y la muerte, que estaba sentada en la cuarta silla. Notaba de un modo muy claro esa presencia. Mira, con toda la promoción de la película, me fui pendiente de unos datos médicos acerca del gato con el que convivía desde hacía catorce años y cuando volví me dieron la mala noticia de que había que sacrificarle, en cuestión de dos días. En ese momento, todo lo que yo pensaba que había adelantado durante el rodaje de aceptación de la muerte, sentí que retrocedía. No paré de mirarle todo el tiempo y a pesar de que tenía un cáncer extendidísimo tenía los ojos vivos. Seguía sin entender por qué ese animal al día siguiente dejaría de existir así que podemos decir que he hecho la mitad del camino con este tema, sigue costándome aceptarla», indica el director sobre su todavía reticencia al concepto de finitud.
Para todo el mundo
Almodóvar defiende que «La habitación de al lado» es «exactamente lo contrario a lo que propone la ultraderecha, cuyo avance por cierto me estremece muchísimo. Habla de abrir las puertas, de tender la mano, de estar al lado, de acompañar, de escuchar, de todo lo que significa ser solidario con el dolor de los demás: ya sean nuestros familiares, nuestros seres queridos y simplemente alguien que llama a la puerta». Y en sintonía con ese deliberado sentido de conciliación imperativa en los discursos actuales subraya que «tenemos que seguir emocionándonos con las cosas que son emocionantes y siendo críticos con las cosas que merecen ser criticadas. Yo estoy en las dos partes: soy interlocutor e interruptor».
Resultaría particularmente osado afirmar que el último trabajo de Pedro Almodóvar es un artefacto cinematográfico político, pero hay un personaje (John Turturro) que habla de política y hay una voluntad manifiesta por parte del director de no separarla de sus creaciones. «La significación política del artista o del creador es tan imprescindible como cualquier otro derecho fundamental. El colectivo del cine nos significamos en 2004 de manera tajante durante los famosos Goya del «No a la guerra» y a partir de ese momento la derecha española empezó a mirar el cine como la bestia negra de la sociedad. Yo hago películas para todo el mundo y de hecho, montones de señoras de Serrano han venido ha decirme cómo se han reído con ‘‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’’. Pero existía después de aquello la sensación de que no debíamos pronunciarnos políticamente: y absolutamente debemos pronunciarnos. O decidir no hacerlo, al final forma parte de tu voluntad. Ser conocido te da la suficiente voz como para poder llegar a lugares a los que no llega el portero de mi casa y en ese sentido, voy a seguir siempre diciendo lo que pienso», se despide con la resonancia de una claridad para la que no hace falta ningún audífono.