El anuncio de Renfe que veíamos en blanco y negro en Televisión Española: «Papá ven en tren», sería del todo imposible en nuestros días. Y menos desde que la presidencia de la compañía ha sido oscarizada por un presidente que día a día ha conseguido, por difícil que pueda ser haciéndolo adrede, incrementar el caos que, fijo y continuo, deja a miles de pasajeros tirados en cualquier estación. O, peor que eso, en medio de un páramo a oscuras, sin aire acondicionado, y sin saber cuando terminará la pesadilla y llegará el tren a su destino. Anuncio imposible, digo, por dos razones. La primera porque sería considerado machirulo del todo. Se consideraría que quien viaja es el papá, el hombre, mientras la mujer se queda en casa con la pata quebrada por no haberle llegado su plena emancipación. La segunda, porque por muy vehemente y cariñoso que sea el mensaje del niño que espera la llegada de cualquiera de los progenitores, sea el A o el B, más evidente será la elevada probabilidad de que cualquiera de los dos se quede en la estación de salida, por culpa de la enésima avería que sufre Renfe . El anuncio más acorde con la realidad de un servicio, que ha dejado de serlo, sería una recomendación: «Ni se te ocurra venir en tren». Con el añadido explicativo: «Porque no sabes ni cuando partirás, ni qué te ocurrirá durante el itinerario, ni la hora de arribo a tu destino». Óscar Puente es el actual ministro de Transportes –y no se rían, por favor – y también lo es de «Movilidad Sostenible» . El fatuo deseo de poner denominaciones rimbombantes a los ministerios, que con Sánchez en la presidencia del Gobierno de España se ha llegado al paroxismo, propicias majaderías como esa de la «movilidad sostenible», de la que se estarán acordando a diario los miles de pasajeros que se quedan tirados por culpa del reiterado caos ferroviario. Caos que con la llegada de Óscar Puente ha pasado de ser esporádico a cotidiano. Los valencianos, postergados durante décadas por no tener alta velocidad, nos la prometíamos muy felices cuando pudimos plantarnos en Madrid- Atocha en menos de dos horas. Y como en otras nefastas decisiones y ocasiones, se nos cambió Atocha por Chamartín, lo que supuso incrementarnos el tiempo del viaje y dejarnos más alejados del centro de la capital de España. Una cabronada que no movió la protesta de los diputados de la terreta, fuesen o no baldovises. O fue tan de pellizco de monja su protesta que se nos condenó a seguir yendo a Chamartín . También hemos sido, mayormente viajeros valencianos, los sufridores del último desmadre ferroviario de este fin de semana. Hoy lunes, según promesa de Adif , «comenzará a normalizarse» el servicio, pero cuando leo o escucho «normalizar» en boca de un portavoz de Renfe, no sé exactamente qué quiere decir, si seguirá habiendo retrasos que por frecuentes ya hay quien los considera normales o, por el contrario, se llegará según el horario previsto. El incremento del desmadre ferroviario que padecemos los españoles coincide con el Gobierno de Pedro Sánchez , a quien hay que reconocerle la habilidad que ha tenido, y en absoluto ha perdido, de adormilar cuando no anestesiar a una gran parte del paisanaje. También ante el desbarajuste de los trenes. Podría justificarse ese conformismo, rayano en silencio de los corderos, por quienes le quieren agradecer haber figurado en las listas de su partido, lo que les permite dormitar en el escaño y aplaudirle cuando él, Pedro Sánchez, interviene en el Congreso para no contestar a cuentas preguntas le hacen desde el PP y sí para arrearle a Feijóo y Ayuso . Que siga habiendo votantes socialistas entre los que se han quedado tirados en una estación de tren, o dentro de un vagón a oscuras sin aire acondicionado, dispuestos a seguir votando a Pedro Sánchez, entra en el terrero de la psicología. O del masoquismo.
