La mano que mueve la guerra
Comentaba en el artículo anterior, “Oasis de paz, el espejismo de la guerra”, que entre los factores esgrimidos por los analistas sobre las causas del conflicto en Oriente Medio, no aparecía uno que subyace a todos ellos, y que es -además- su común denominador. Influye inexorablemente en este conflicto, y en todas y cada una de las confrontaciones sucedidas y por suceder a lo largo de los tiempos. Su relevancia y eficacia aumentan cuando pasa desapercibido. En lógica contraposición, ignorarlo vuelve infecundos los esfuerzos más sinceros para conseguir la paz.
En las guerras hay intereses ocultos, inconfesables, y urdidores que las promueven y las mantienen. Detrás de éstos hay Alguien, personal, sumamente inteligente y peligroso, que nunca se deja ver, pero que siempre está. Es el gran inductor, que nos persuade y nos convence, que alimenta nuestra pasión y ciega nuestra razón. Penetra como luz a nuestra inteligencia, iluminando exclusivamente nuestros argumentos, que son los suyos, para que actuemos sin reparos, convencidos de nuestra justificación. Está en el trasfondo de toda crispación, odio, disputa y división. No hay para el Maligno campo de batalla sin interés. El personal, el familiar, el social,… En todos y a la vez se desenvuelve hábilmente, y goza haciéndonos caer en sus celadas, arteramente preparadas.
De poder inmenso, desde el principio logró dejar a la Naturaleza doliente y herida, y a la materia sometida a la dimensión temporal. Constreñido luego el ser humano a un conocer velado, y a un querer lastrado, busca incesantemente embotar su mente y empujarlo por la pendiente de su destrucción total y permanente.
Y ésta si es la batalla que no podemos evitar ni orillar. Estamos en ella, querámoslo o no.
Tenemos un portentoso enemigo, difícil de reconocer. Solos no le podemos someter. Necesitamos pedir ayuda para ver la realidad como es de verdad; tener fuerza; y mantener una inquebrantable voluntad de vencer. Y ese auxilio únicamente lo podemos obtener de Quien puede, sabe y quiere: Jesucristo, Señor del tiempo y de la Historia, el Príncipe de la Paz.
Muchos se reirán; algunos acudirán a la oración con la única finalidad de exigirle a Dios que se ponga de su lado porque son de los suyos, pero no le escucharán; otros, buscarán un efecto placebo que calme su malestar por no actuar; pero, habrá quienes rezarán de verdad, recibirán más de lo que anhelan y la paz.
Sin oración es imposible la paz. “No hay paz para el impío” (Is 57,21)
Que Santa María, judía, y Reina de la Paz, interceda para que su pueblo desande el camino que le mereció el calificativo de “dura cerviz” (Ex 32, 9. Hc 7,51) y, junto con todos los pueblos de la tierra, escuche su voz y ore por la paz.
El Papa Francisco, recordaba que la visión de la paz de San Benito, Patrón de Europa y Heraldo de la paz, no es utópica, sino que se orienta hacia un camino que la amistad de Dios hacia los hombres ya ha trazado y que, sin embargo, debe ser recorrido paso a paso por cada individuo y por la comunidad.
¡Recorrámoslo!