Buceadora canadiense narra cómo evitó ser succionada al fondo del mar
La buceadora canadiense Jill Heinerth, de 60 años, vivió una escalofriante experiencia que generó revuelo en el mundo de la exploración. Durante una expedición en la Antártida, estuvo a punto de morir al ser succionada por un iceberg. La mujer recordó recientemente aquel aterrador episodio, que comenzó como una inmersión exploratoria en aguas gélidas y se transformó en una “lucha de tres horas” por su vida.
A los 30 años, Jill Heinerth decidió dejar su carrera como diseñadora gráfica para dedicarse a un campo inexplorado y desafiante: la exploración de cuevas sumergidas. Hoy por hoy, ya ha buceado en algunas de las cuevas más profundas y estrechas del mundo, incluyendo un monumental iceberg en la Antártida.
Su valentía y habilidades excepcionales le hicieron ganar un lugar en el International Scuba Diving Hall of Fame, reconocimiento que celebra su extraordinaria carrera como exploradora de los rincones más misteriosos del planeta.
En una entrevista con la revista People, la mujer, cuya experiencia en el buceo extremo está retratada en el documental Diving into the Darkness, relató cómo junto a su exesposo, Paul Heinerth, y el fallecido camarógrafo Wes Skiles enfrentaron feroces corrientes y temperaturas heladas en la última inmersión de su expedición. Según contó, el equipo se había sumergido en la estructura helada con el fin de “interceptar el iceberg más grande registrado en la historia”. Sin embargo, el viaje fue casi fatal.
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Al inicio de la expedición, las dos primeras inmersiones del equipo resultaron “caóticas”, y Heinerth confesó que ignoró una señal importante de que algo andaba mal. “En el fondo del mar, había todos estos organismos filtradores de colores amarillos, rojos y cálidos que creaban una especie de alfombra peluda de vida”, explicó.
Además, agregó: “Debería haber prestado atención inmediatamente porque la corriente era fuerte y llevaba alimento a los animales que estaban anclados firmemente en el fondo del mar. Y eso debería haber sido uno de esos momentos en los que me di cuenta de que todo estaba anclado allí porque era necesario”.
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Aunque la corriente comenzaba a intensificarse, fue en la última inmersión del equipo cuando enfrentaron los problemas más graves. “Cuando dicen que tu vida pasa ante tus ojos, no es así”, aseguró, al recordar ese momento. También aclaró: “Uno tiene un par de pensamientos realmente absurdos. Y luego, dices: ‘espera un minuto, tengo que concentrarme’”.
La corriente era tan intensa que Heinerth tuvo que pedirle a Skiles que dejara la gran cámara que llevaba consigo. “Cada vez que trabajas muy duro con el rebreather, un aparato de buceo, en realidad estás poniendo a prueba los límites de lo que es capaz de hacer”, explicó. Añadió: “Si el equipo no es capaz de procesar la cantidad de dióxido de carbono que uno expulsa, entonces existe el riesgo de desmayarse”.
Sin la posibilidad de recibir ayuda externa, la mujer se vio obligada a guiar a su equipo hacia un lugar seguro. A pesar de la fuerza de la corriente que los empujaba, notó cómo unos pequeños peces se dirigían hacia la pared del iceberg. Fue entonces cuando tuvo la idea de utilizar los pequeños agujeros como puntos de apoyo para sostenerse y avanzar, logrando así impulsarse hacia la superficie.
Finalmente, el equipo logró salir, aunque la aterradora experiencia estaba lejos de haber terminado. “El peor riesgo es en realidad tan pronto como tocas la superficie, cuando literalmente puedes congelar el tejido en el lugar, especialmente si hay viento cuando intentas subir al bote”, mencionó.
Afortunadamente, el equipo logró sobrevivir a la intensa experiencia. Al regresar a salvo, Jill Heinerth expresó con un suspiro de alivio: “La cueva intentó retenernos hoy”.
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