Último sábado de octubre. Palco del
Bernabéu. Minuto 84. Discretamente, el presidente del
Real Madrid toca la rodilla del presidente del
Barça con su mano izquierda. Sin mirarle, resignado y educado,
Florentino le espeta: “muy bien”. Era la claudicación blanca en el
Clásico. Era la rendición. La certeza que, esa noche, con 0-4 y con seis minutos por jugar, perderían el primer encuentro de Liga tras una racha de 42 partidos invictos. Los aficionados blancos habían asistido a un baile del
Barça, que jugó con ocho canteranos, con dos jugadores de 17 años y con un
Lamine Yamal que ya es un fenómeno mundial. Ya ganó la
Eurocopa con España, ya es el octavo mejor jugador del planeta, ya es el segundo
Clásico que juega en el
Bernabéu y ya es el futbolista más joven en marcar en un
Madrid-Barça o viceversa. De hecho, el pasado año ya marcó un gol que
Soto Grado se tragó mientras el VAR, con nocturnidad y alevosía, decidió apagar la cámara para no tener que confirmar que el balón había rebasado la línea de la felicidad culé.
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