Talavante destapa la magia del toreo en la tempestad de Olivenza
Se afanaban diez operarios para que la lona que resguardaba el ruedo de la lluvia no volara hasta el tendido. Aquel plástico negro levantaba un oscuro oleaje sobre la arena hasta convertirse en uno de esos castillos hinchables de la feria. Después de sudar lo suyo para evitar que los charcos empapasen el redondel –casi media hora después de lo anunciado–, arrancó el paseíllo y allá que seguía el público buscando su localidad entre chubasqueros, paraguas y un vendaval que invitaba a la suspensión. Читать дальше...